Iván Azón confirmó en El Alcoraz, si es que era necesario, que nadie puede discutirle la titularidad en el Real Zaragoza. Juan Ignacio Martínez desistió hace tres jornadas, en Tenerife, de colgarle el cartel de revulsivo y le puso en el campo con los otros diez. El técnico se había quedado sin argumentos con la respuesta del chaval, que le dejó sin razones con un gol tras otro. Igual que el año pasado pero mejor. Ante el Huesca, partido que tuvo que abandonar lesionado, el ariete marcó de nuevo y después de irse a la enfermería por una dolencia muscular, se hizo la noche en ataque. Sus actuaciones ya no sólo describen a un muchacho poderoso físicamente que se hace hueco a base de luchar como un titán, sino a un futbolista cuya mejora salarial y renovación de contrato hay que atender cuanto antes. Media docena de tantos, sí, pero mucho cuidado porque su evolución se ha disparado y los mercaderes se agolpan a su puerta. En la agenda de Raúl Sanllehí debería ser asunto prioritario si no urgente.
Con 17 años parecía una piedra preciosa. Con 19 ya es una joya pese a que su progresión pida muchos avances técnicos y un buen tutelaje. El pichichi del Real Zaragoza con sus seis dianas, ha sumado personalidad a su acostumbrado y en ocasiones innecesario derroche de facultades. No se administra nunca, ni en la persecución de balones perdidos, y eso es algo que debe corregir. Aun así se ha codeado últimamente con centrales de pelo en pecho como José León, Bernardo y Juanpe o Ignasi Miquel e Insua. A todos les ha hecho vivir tormentos: acude a todas las batallas, describe rupturas constantes a lo largo y lo ancho, libera a sus compañeros y el lenguaje con la pelota lo interpreta cada día mejor para descargar por aire y tierra. Estamos ante un atacante moderno y joven a quien hay que entregarle el espacio que le corresponde, la titularidad muy por delante de Álvaro Giménez y de un Sabin Merino absolutamente insignificante.
Al otro lado de la calle, en ese encuentro sin pan ni sal ante el Huesca, Alberto Zapater volvió a hacer un partido redondo. Le habíamos jubilado por enésima vez, unos con buena fe y otros con una acritud excesiva e incluso irrespetuosa. Le preguntaron por las críticas y explicó que tiene 36 años, que acaba de salir de una lesión y que iría a más con minutos. Y admitió que respeta todas las opiniones. Como no tiene cuentas en redes sociales, ha contestado en el campo. Resulta que ni estaba muerto ni se había ido de parranda. Sencillamente quería participar lo máximo posible, y Juan Ignacio Martínez, pese a haber recuperado a Francho y Petrovic, insistió en el capitán. No fue la suya una función espectacular, de salir a saludar al público. Sin embargo, de nuevo fue el único centrocampista que resistió las inclemencias de un choque terrenal mientras desfilaban en los cambios sin una gota de aire Vada, Bermejo y Eugeni. A Francho, muy perdido, también le echó una mano en una lección de saber estar, de alguien muy profesional que vive el fútbol como la ilusión de un niño.
Dos cabalgan juntos. Aragoneses, fuertes, tozudos. Uno al principio de su carrera como si llevara un lustro pelando defensas; el otro, amaneciendo en el ocaso de su trayectoria como si fuera la primera vez que viste la camiseta del Real Zaragoza. Si merece la pena rescatar alguna postal de El Alcoraz, es la de Iván y Alberto, todo orgullo, nobleza y valor.