Habían transcurrido las horas previas al partido entre cuchilladas, comunicados y contracomunicados por la compraventa del Real Zaragoza. Orlegi ofreciendo la versión de su oferta y Yarza, a través del Heraldo, su jefe de prensa, la suya particular, presentando a Jorge Mas como único mesías de los intereses del club y de los del empresario. El encuentro vio la luz tras ese parto doloroso que no termina de producirse, que estrangula la credibilidad de todo el que asoma a un quirófano donde se opera entre sombras, con un aficionado seducido por la oferta mexicana pero que podría ver cómo la entidad acaba unida al cordón umbilical de la especulación pura y dura. La tregua a esa batalla administrativa se firmó en La Romareda, donde el fútbol se ganó el protagonismo durante 90 minutos de emociones de todos los colores entre un notable Almería y un sobresaliente Real Zaragoza que después de esquivar la derrota en el primer cuarto de hora, se sintió capaz de vencer. Y lo hizo por tercera jornada consecutiva, nada menos que contra un rival que venía a por el liderato, a lomos de una estupenda conexión colectiva en defensa y de la participación de los canteranos, la gran verdad de este equipo que debe cambiar de propietarios cuanto antes. De una tarde loca en los despachos se pasó a una locura sobre el césped del Municipal, a un estallido final por un triunfo que libera por completo al conjunto aragonés de cualquier sufrimiento esta temporada y le sitúa con la caña de pescar del playoff por si pica algo, lo que resulta improbable si no imposible porque está muy lejos de la corriente y con demasiados rivales de por medio.
Los creyentes se santiguaron en la grada cuando Francho inauguró el marcador en el minuto 13 con un centro que licuó las manos de Fernando. El propio jugador daba la espalda al lanzamiento sin ver que el balón se le había escurrido hacia dentro de la portería al guardameta del conjunto andaluz, casi pidiendo disculpas por el tirito, después sonriente y contando a quienes le felicitaban que no pretendía hacer lo que sucedió. Antes del error del arquero y de la sincera explicación del zaragozano, el destino había iniciado la cuenta atrás en tres ocasiones para un Real Zaragoza al borde del KO siempre con Dyego Sousa en el encuadre. El portugués de origen brasileño falló un penalti, provocó, por fuera de juego, que el VAR anulara un gol de Sadiq y disparó al larguero en un tramo que el Almería pudo haber sentenciado el choque sin despeinarse. Cristian, inteligente y felino, detuvo la pena máxima y el rechace. La justicia y la madera hicieron el resto para dar un vuelco a la situación con ese mal pase de Francho que se tragó Fernando. El equipo de Rubi desplegó todo su arsenal, pero poco a poco se fue sintiendo impotente ante la resistencia de un adversario renacido, catapultado por una concentración y un despliegue en las ayudas que hizo las delicias del respetable y de un Juan Ignacio Martínez que vio cumplido como nunca su sueño de minimizar los fallos y maximizar las ocasiones.
El cuadro indálico jamás bajó la guardia y repitió su idilio con el palo en un disparo de Portillo, pero el Real Zaragoza se fortificó tras el tanto a favor en el día perfecto de muchos de sus futbolistas. De Bermejo, Grau, Chavarría y una pareja de centrales que se examinaba por primera vez sobre el mismo pupitre. La sintonía de Lluís López y Francés para domesticar a una pantera como Sadiq mereció matrícula de honor. Cuando salía de uno, el otro iba con la red y lo atrapaba. Y si no aparecía Chavarría para contenerle. En el centro del campo hubo que redoblar atención y fuerzas frente a un Eguaras muy participativo y la constante verticalidad de Samu Costa. Grau barrió toda la parcela y Francho le dio alas a un Real Zaragoza con el mejor vuelo de Bermejo, por fin tomando decisiones buenas y rápidas con la pelota y con una tremenda personalidad para interceder en los contragolpes. La elegancia del Almería impactaba contra un ejército con poca llegada, tan sólo un disparo de Narváez, que sigue sin puntería, y el derroche de un Sabin Merino tan honesto como intrascendente en ataque.
Al entrar el héroe de El Molinón, Iván Azón, La Romareda se vino abajo. En el doble cambio apareció Puche para delirio de los amantes de la Ciudad Deportiva. JIM gestionó muy bien los relevos y el Real Zaragoza, sin perder de vista que su principal función consistía en conservar la ventaja con disciplina, fue ganando metros que antes no tenía. Si hasta ese momento el manto de los milagros le había protegido e inspirado, el de la cantera le iluminó en la recta final con dos chavales diferentes pero cortados por el mismo patrón. Azón se fabricó una ocasión en una postura acrobática aunque muy lejana y entre Puche y el delantero diseñaron una pared que dejó solo a Iván frente a Fernando, pletórico esta vez para evitar el segundo gol enviando el zurdazo a córner. Ese saque de esquina cayó a los pies de Francés, cuyo disparo impreciso acabó ofreciéndose al mejor postor en tierra de nadie. Allí se presentó Azón con su bazoka carnívoro para sellar un triunfo de gran prestigio, para ratificar que sí, que es titularísimo, y para recordar cuánto le debe este Real Zaragoza a los chicos que lo sienten como suyo mientras los dirigentes afilan la compraventa a su medida.