Carbonell, una bomba en el bosque de los niños prodigio

De vez en cuando, sobre todo cuando los rayos de luz y de esperanzas escasean en un equipo de fútbol, que un chaval de la cantera tenga un toque de distinción invita a la sobrevaloración. Porque es de la tierra, porque tiene algo que le diferencia del resto y porque el aficionado necesita ilusionarse, sobre todo el del Real Zaragoza. Francho, Francés e Iván Azón estaban destinados a seguir la pauta natural de crecimiento de todo jugador con proyección y de un día para otro se vieron defendiendo a diario al equipo bajo un continuo bombardeo de adversidades, de exigencias solo aptas para veteranos. No solo cumplieron en la trinchera, sino que, niños todavía, empuñaron el fusil y salieron a campo abierto para dirigir al resto de la tropa hacia la salvación. Fue una apuesta de riesgo, de esas que se toman más por obligación que por devoción, y salió redonda porque, al margen de patriotismos y escudos, los tres poseen un punto de madurez inusual para su edad, fruto de su propia genética competitiva y también de la educación que han recibido en la Ciudad Deportiva, el único y último reducto de sabiduría del club.

El mundo les contempla y les admira ahora por su implicación, rendimiento y fiabilidad. El canto de sirena de las ofertas también se han escuchado, con más fuerza para uno que para otros. Los tres han dado varias vueltas a un planeta inhóspito a la velocidad de la luz. Lo cierto es que ha sido asombroso. Sin embargo, ofrecerles esta temporada todos los galones tendría un significado distinto y un resultado por descifrar porque no es lo mismo partir de telonero y deslumbrar que asumir la responsabilidad de ser cabeza de cartel. Menos aún en un contexto sin proyecto deportivo. Aunque no lo parezca, necesitan todavía abrigo y mejorar en algunas asignaturas. Si al final el Real Zaragoza se construye sobre la base de una economía modesta, adquirirán un protagonismo atractivo por lo que desprende de romántico, seguramente junto a compañeros sin rodaje alguno en el profesionalismo, pero de nuevo peligroso. Son fantásticos, pero no son superhérores… Por el momento.

Las circunstancias han colocado en el escaparate de esta pretemporada atípica y juvenil a Ángel, Pablo y Luis. Otro trío perfumado para quienes les conocen bien. En principio, Carbonell es quien lleva un ángel dentro. También un pequeño demonio con quien comparte espacio en su irregular rendimiento. Estamos frente a un futbolista mágico, con todos los ingredientes para que La Romareda se emocione. Desparpajo, regate, genio para inventar y para pelear mientras le dura la energía. Como buen artista precoz y autodidacto, con más calle que escuela, no termina de salir de la lámpara. Las lesiones tampoco le han ayudado. Vive en un reino aparte, y lo que las musas le regalen se lo roba ese aislamiento o distracción en nada beneficiosos. Carbonell pertenece a la casta de futbolistas que necesitan tutores a tiempo completo desde la nutrición a la tecnificación, consejeros nobles y duras y amables lecciones de integración para que disfrute y haga disfrutar aún más con su fantasía natural. Su picardía y sus dotes hay que recubrirlas de inteligencia. Si lo logra, será la bomba. Si no se perderá en el bosque de los niños prodigio.

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