Hay instantes en los que el tiempo se congela sin detenerse para tomar una decisión que justifica el oficio de entrenador. No sólo hay que estar rápido en un juego sin freno; también hay que actuar en consecuencia cuando el guión pide lo razonable sin más aspavientos. Juan Carlos Carcedo, que había dejado hasta el momento sello de coherencia en función de las herramientas de que dispone, se equivocó en Cartagena con idéntico estruendo que sus jugadores cuando chocan contra el rompeolas del área. Justificó la entrada de Nieto por un Chavarría con supuestas molestias, metió a Francho en el cajón equivocado de mediapunta donde el zaragozano, pese a su ímpetu y disciplina, es pura gaseosa, y entregó sus armas ofensivas a Giuliano, que las utilizó todas y con buen criterio pero nula puntería. En cualquier caso mucho mejor que Narváez en esa posición. Casi nadie le correspondió como esperaba, con mayor énfasis en un centro del campo donde descubrió que si los habituales tienen un día malo, los reservas no lo van a mejorar. Se le cayeron Manu Molina y Grau y Vada y Bermejo pintaron las nubes de colores mientras el Cartagena prendía fuego al campo. No le dieron más Petrovic, Mollejo, Narvéz ni Eugeni, unos por aceleración y otros por parsimonia.
Intentó el técnico reparar, como ha hecho en otras ocasiones, que el equipo se le venga abajo. Más que táctico, en los encuentros su trabajo está resultando el de un cirujano. Es cierto que las actitudes o el compromiso no se pueden controlar sobre la marcha, pero en el partido se dio una circunstancia poco comprensible por su falta de ejecución cuando era urgente realizar una variación de libro. Luis Carrión retiró a Mikel Rico y Alcalá, con una amarilla cada uno y yendo a los balones divididos como si estuvieran libres de polvo y paja. El técnico zanjó esa tendencia suicida y los retiró del campo, una maniobra forzada pero que permitió que el Efesé mantuviera a sus once futbolistas en el campo. Carcedo tenía el mismo problema con Grau, pero prefirió forzar al centrocampista y el colegiado le enseñó el segundo cartón, con lo que el Real Zaragoza se quedó con diez, muy debilitado a expensas de que ocurriera lo que ocurrió.
El técnico jugó con fuego donde su colega puso aspersores. Y se quemó después con Mollejo, Petrovic y Narváez, el primero sobreexcitado y sobreactuado, y los otros sin demasiado ánimo ni prestaciones para cambiar el rumbo hacia el acantilado. Grau, cargado con una tarjeta, quedó expuesto a una acción como la que ocurrió, mal interpretada por el árbitro, pero clave para perder al menos un punto. No conviene que Carcedo yerre más porque sobre él se presume que se edificará un buen equipo que solicita normalidad en el trato básico. Era esa una decisión sencilla, pero se le pasó por alto o confió en que Grau no viera la roja. Para un entrenador que lo controla todo, escapársele este detalle le costó la derrota.
Hemos tardado muy poco en concretar lo sospechado, que no es otra cosa que el equipo de esta temporada es igual o peor que el de la anterior. Mejor así para poner remedio y no despeñarnos en los últimos partidos. Ahora que lo hagan.