Cedrún: «Quiero volver a ser niño para romper pantalones, para tirar bolas de nieve a las chicas»

Hoy también cumple años su madre, Edurne, y está junto a ella y a su padre, el legendario Carmelo Cedrún, en una residencia de Neguri. La familia se ha reunido al completo para compartir un momento especial en el que Andoni da caza a los 61 años, el mismo día que su ama, con su aita perdido sin retorno por los pasillos de la memoria. «Le paseas, sonríe… Te mira. Me gustaría disfrutar más de él, de ellos, pero la vida te pasa su factura y a veces te sientes prisionero. El Alzheimer no tiene piedad». El matrimonio se reunirá con sus hijos, sus nietos, quienes les quieren estén donde estén, alrededor de una tarta doble, de velas simbólicas y no demasiados abrazos por el maldito covid. Andoni Cedrún, una vez más, abre su corazón.

–Cumple 61 años. Si mira hacia atrás, qué es lo primero que ve?
Muchas cosas, pero me acuerdo sobre todo de mi juventud, jugando con la cuadrilla en las calles de mi pueblo natal, Durango. Cuando nos escapábamos a coger truchas y mi primo Luis Mari las disparaba con una chimbera para ponerlas tontas y que las cogiéramos. Éramos cinco grandes amigos que disfrutábamos de la naturaleza, siempre traviesos y creativos. Íbamos a todas partes juntos, como aquella vez con 17 años que cogí las llaves del coche de mi padre y nos fuimos a Ondarroa para bañarnos. Al volver se nos fue el coche en una curva y rompimos el parachoques. Al llegar a casa con cara de disculpas, mi madre estaba en la cocina limpiándome las botas de fútbol y al explicárselo me tiró una que acabó rompiendo el cristal de una ventana. Solíamos desplazarnos hasta Mutriku, a la discoteca Mike Mouse…

–Habría deporte.
Claro, pero no fútbol en un principio. Empecé a jugar a baloncesto en Maristas de Durango aunque entrenaba en Jesuitas. Me enfrente a López Iturriaga, que hacía lo que quería. Mantuve la afición por la canasta hasta después de retirarme, cuando fuimos a un campeonato de España laboral en un equipo donde coincidíamos los Arcega, Zapata… Hasta los 14 años no tuve relación con el fútbol. Un aldeano que tenía unos terrenos, Carmelo Ormaetxea, hizo un campo, unos vestuarios y un equipo infantil. Me dijo que si quería ser portero y acepté el reto. Ya era muy alto y espigado, pero este hombre me enseñó mucho, sobre todo a sufrir. Mi padre nos llevó a todos a León cuando era entrenador y estuve en la Cultural Leonesa infantil. Hubo una anécdota: en Marianistas de León, el padre Tomás era nuestro tutor y llevaba la sección de balonmano. Yo veía que daba bocadillos y buenas notas en matemáticas a los que entraban en su equipo, y me apunté a balonmano. Aprobé matemáticas, por supuesto. Cuando mi padre fue destituido, fiché por la Cultural de Durango y al año siguiente ya estaba en Lezama. Koldo Aguirre me hizo entrenar con el primer equipo y lo que más impresionó eran los códigos de aquel vestuario del Athletic, donde no tenías ni voz ni voto. Si estabas en la ducha de Rojo, o de Iríbar, o de cualquier veterano, te tenías que quitar y dejarle. No era temor sino respeto. Cuánto aprendí… Los mirabas como a mitos.»

–Los años 70. Muy complicados en el Pais Vasco
Durísimos. Intentábamos ser sanos. Muchos de nosotros aguantamos la doble amenaza de aquella época, las drogas y el terrorismo; otros no pudieron y a lo lo largo del tiempo se nos fueron. Nos alejábamos de la política al margen de que tuvieras tus ideales.

–¿Y si mira hacia adelante?
Ver el crecimiento de mi nieto Telmo Goikoetxea Cedrún. Un monstruo de los patinetes, el golf. Le da a todo con 6 años. Pido salud. el bien estar de la familia. No quiero nada más, una vida sin sobresaltos.

–¿Cree que entre ambos puntos en su vida ha estado Dios?
La Pilarica. Soy un fiel creyente. Toda las semanas voy a visitarla. Soy devoto de ella. Intento ir todos los lunes. Antes, con el capellán que cuidaba de esa parte de la Basílica nos metíamos en un sitio y charlábamos de todo con un vinito de por medio. Vine en el 1984 y en esa relación de amor con el Pilar influyó mi fe y mi madre, que me pedía que pusiera una velita por la salud de todos.

–Durango, Zaragoza…
Me considero un ciudadano de Zaragoza con independencia de que tenga sangre vasca. Cuando me levanto, sé que soy de Zaragoza. En Durango están mi hermano y mis padres, pero cuando vas por la calle apenas te reconoce gente de tu edad. En ese aspecto he perdido muchos vínculos. Zaragoza la siento como mi hogar

–El covid nos ha cambiado la vida. ¿Ha temido alguna vez a la muerte más que ahora?
No tengo miedo a la muerte porque nunca sabes dónde está tu destino, pero con la pandemia se me ha ido gente conocida y todos tenemos que ser conscientes de hay que ser respetuoso y afrontarlo todo con la máxima responsabilidad por afrontamos una amenaza a la humanidad. Soy de los que piensa que esto no es algo natural. Es un ataque de un virus provocado. Lo que ocurre en el mundo solo lo saben dos o tres personas, el resto somo hormigas que hacemos hipótesis. Aun así debemos invertir menos en armamento y más en Sanidad, en hospitales, en ayudar a los médicos con más recursos. No sé si hemos aprendido porque esto es un aviso».

–Cuando usted nació el hombre no había llegado a la luna y los Beatles horneaban su primer disco «My Bonnie», lanzado ese mismo 1961.
Jo eta ke (expresión en euskera de ‘hasta ganar’). Es lo que decía un hermano jesuita. Vamos adelante. No miro jamás el carnet porque me da igual la edad. La vida tiene obstáculos y no hay que que rehuirlos sino seguir luchando. Nadie te regala nada. Chapa y pintura. ¿Tengo un partido de padel? Pues a muerte.

–¿Cómo le gustaría que le recordaran, si es que necesita que le recuerden?
Como una persona normal, próxima. Uno que va por calle. Un igual. Me cabrea quien te mira por encima del hombro.

–La gente le ve, le quiere y le respeta como a un niño grande, ¿es consciente de ello?
Me gusta ser un niño grande aunque físicamente sea consciente de mi edad. Me siento muy orgulloso de estar ahí cuando me reclaman. Considero que un futbolista del Real Zaragoza se demuestra dentro y fuera del campo, en activo o retirado. El club y nosotros somos parte de la sociedad y tenemos que aportar con nuestra imagen. Me siento muy feliz, por ejemplo, siempre que visito el Hospital Infantil con Carlos Pauner.

–¿De este gran viaje, con qué se queda y de qué se arrepiente?
La juventud, mis amigos.. En ese punto de ir a ver a Supertramp en París, de pasar la frontera para ver pelis eróticas en Francia. Esa diversión, ese riesgo. Quiero volver a ser niño para romper pantalones, para armar el pollo tirando bolas de nieve a las chicas. ¿Arrepentirme? Nunca. Nadie me ha regalado nada y me siento feliz con todo lo que tengo.

¿Su admiración, por quién y por qué?
Mi madre. Porque soportó mi educación y la de hi hermano Joseba y sufrió mucho para llevarme por el buen camino mientras mi padre estaba fuera jugando o entrenando. Me curaba las heridas, me limpiaba guantes y las botas. También tengo un recuerdo deportivo muy especial para Ormaetxea. Cómo no, mi mujer Nekane, que es la persona más metódica, más analista. Mi equilibrio.

–¿Sigue enamorado?
Estoy enamorado por lo civil y por lo criminal. Desde el día que me casé, en 1985.

–¿Qué aniquilaría de este mundo si tuviera superpoderes?
La ambición de los mandatarios de los países. Los políticos no me convencen. Me gustaría que nadie votará para darles una lección.

–¿De verdad que el fútbol es tan importante. Usted ha conseguido que lo parezca?
Mi mujer me dijo ‘si eres entrenador me divorcio’. Mi vida ha sido el fútbol, son muchos años, pero tuve la suerte de que no hubo una laguna después. No soy obsesivo con el fútbol. Sigo en los medios de comunicación como extensión de mi amor por este deporte y me informo del día a día del Real Zaragoza.

–Hay algunos porteros que comentan que tiene alma de delantero. ¿Es su caso?
La izquierda la tengo pare apoyarme, creo que ya he contestado.

¿Su portero?
Mi padre. ¿Mis referencias? Iríbar, Urruti y Artola…. Eran porteros que me encantaban. A Maier y Zoff los tengo en un pedestal.

–¿Alguna vez ha imaginado que el gol de la Recopa lo marca usted de cabeza en lugar de Nayim, o ese tanto le pertenecía a Gigi antes de que se produjera?
Eso fue un milagro. En aquella final yo no podía hacer lo que hizo Cristian en Lugo porque podía haber penaltis. Estaba señalado que aquel gol fuera así. ¿Por qué? Porque le dio bien al balón, porque entrenaba ese tipo de lanzamientos, porque Seamen se confió. Porque Alá y la Pilarica se dieron la mano.

¿Le ha dolido en alguna ocasión tanto el Real Zaragoza como ahora?
Sufro mucho. Reconozco lo que hemos sido, pero veo nueve años en Segunda y pienso en presente. No me satisface estar dentro de la historia. Duele mucho. Cada año es una agonía. No me compensa nada. Somos un club de Segunda que ha estado a punto de desaparecer.

–Si volviera a subir al balcón del Ayuntamiento, ¿qué prometería a la gente que no tuviera nada que ver con el deporte?
Más que prometer, pediría responsabilidad por el covid porque esto no ha terminado. Invitaría a que la gente se vacune, se inmunice. Solicitaría coherencia a la juventud, que piense que al volver a casa le esperan personas mayores. Y un mensaje para ayudar a la Sanidad, un reconocimiento a médicos, enfermeros y personal sanitario porque no se les ha valorado que están luchando con arcos y flechas contra un tanque.

A los 61 años, ¿quién es Andoni Cedrún?
Un hombre feliz. Un privilegiado. No pido mucho. Hoy estaré con mi madre.

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