Pisé tres horas antes el terreno de juego del Parque de los Príncipes se inolvidable 10 de mayo. Solo unos centímetros más allá de la línea de banda. Miré hacia arriba y aún no había nadie pero las gradas parecían listas para ser el eco de los sonidos que allí iban a producirse. Irrepetibles, inolvidables, por los que ha merecido la pena dedicarse a contar las cosas que pasan. ¿Cómo recorrería la banda el número diez del Real Zaragoza? ¿En qué pensaría Higuera al tocar el balón y observar los rostros de sus compañeros? El dorsal perfecto; el de Villa, Arrúa, Herrera o Barbas. El que determina el talento para cambiar el juego, meter un balón al hueco, entregarlo paralelo a la banda o disparar a puerta. Clavo mis tacos simbólicos hoy, de nuevo, en el Parque de los Príncipes para seguir en una espiral sin fin de recuerdos que nos hicieron grandes. Con Alfonso Hernández, un excelente compañero de fatigas con el que compartiré la crítica después del sufrimiento y la ilusión para disfrutar de este siglo.