Cristian empuña en solitario la bandera argentina del Real Zaragoza

 

El Real Zaragoza fue territorio argentino a partir de los ochenta del siglo XX. Valdivieso abrió la puerta en 1949, pero hubo que esperar a la irrupción de Valdano y Barbas para el conjunto aragonés tuviera a futbolistas relevantes de este país. Hoy, en la plantilla tan solo Cristian Álvarez empuña desde la portería la solitaria bandera albiazul que ondeó con fuerza en La Romareda a partir de la llegada de Darío Franco en 1991 y que languidece en los ocho años que el equipo deambula por Segunda División. En este periodo han entrado y salido por la puerta pequeña Saja, otro guardameta, Culio, Leo Franco, Paglialunga y Acevedo. La leyenda de que todo plantilla ganadora debe tener sangre argentina en sus venas ya no figura en el vestuario zaragocista, que ha preferido otros mercados más exóticos y más baratos.

Si Cristian disputa al menos 25 partidos en el próximo curso, se convertirá en el segundo jugador argentino con más encuentros en la historia del club, tan solo por detrás del inalcanzable y productivo Leo Ponzio (244). Ahora le preceden Gabi Milito (174), Valdano (172) y Galletti (161). El rosarino ha estado entre los tres palos en 150 ocasiones. El Real Zaragoza, como gran parte de los equipos europeos, buscaba en la esencia de los potreros el carácter, la personalidad y la calidad de una casta nacida para competir, dispuesta a cruzar el mar y a aventurarse sin complejos en competiciones más exigentes.

La afición había disfrutado con los goles de Jorge Valdano pero, sobre todo, con el polifuncional y fantástico Juan Alberto Barbas, socio de Maradona en el mundial juvenil sub-20 de Japón en 1979, donde ambos fueron campeones con Menotti en la dirección técnica. Nacido en Villa Zagala, partido de San Martín, su escuela y su lanzadera fue Racing. Participó en el Mundial de España-82 y el Real Zaragoza lo fichó de la Academia esa misma temporada para formar una sociedad brillante con Juan Señor. Traspasado al Lecce por 200 millones de pesetas después de haber sido elegido en dos ocasiones el mejor futbolista de la Liga española, a principios de los noventa se produce una eclosión argentina con la llegada sucesiva de Darío Franco, Fernando Cáceres y Juan Eduardo Esnáider, pilares fundamentales en la construcción de un equipo que desembocaría en la conquista de la Recopa.

La finura de Gustavo López y la ira del Kily González mantuvieron la llama albiazul encendida, una luz que ni Rambert, Berti y Montenegro lograron aumentar hasta que aparecieron el Hueso Galletti y su gol en la final del 2004 ante el Madrid y el espíritu industrial de Leo Ponzio para inyectar al Real Zaragoza fútbol canalla y ambicioso. Y Gabi Milito, despreciado por el Real Madrid por no superar la revisión médica y que le dio a la defensa una jerarquía perdida para siempre desde su marcha al Barcelona. Tras la estela del Mariscal vino su hermano Diego, el Príncipe que fue Rey, el díscolo D’Alessandro y los otoñales Pablo Aimar y Roberto Ayala, este último en su ocaso. Fueron años apasionantes y duros, de partidos homéricos y un descenso traumático. Con contrastes de todo tipo.

Argentina ya no envío más embajadores para incendiar el Municipal. Se presentaron futbolistas de poco relieve salvo Leo Franco (Caffa, Carrizo, Bertolo, Zuculini, Álvarez, Wilchez…). Cristian Álvarez defiende en Segunda como si estuviera en Primera aquel pasado apasionado y apasionante, cuando el Real Zaragoza llevaba cosido un sol radiante a su bandera de fiero león.

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