¿Cuándo empezaron las hostilidades entre el Real Zaragoza y la SD Huesca?

La entrada 21 que cumplo en Príncipes de París me trae a la cabeza el dorsal serigrafiado con ese número a la espalda de Alberto Zapater, el último capitán con garfio que ha tenido el Real Zaragoza. El ejeano disputó el partido al que me voy a referir como el inicio de las hostilidades entre las aficiones del equipo blanco y la Sociedad Deportiva Huesca, el 6 de diciembre de 2008. A muchos les parecerá exagerado que hable de hostilidades. A otros, los menos, el término se les quedará corto.

Un poco de contexto Cebolleta: recuerdo que trabajaba para el Heraldo de Aragón en la delegación de Huesca, que ofrecía de añadido su propio mini periódico. No era una plaza fácil para un “almendrón” reconocido y socio zaragocista desde crío seguir in situ la actualidad del Huesqueta en la capital de La Galia. Así me sentía yo, con treinta y tantos tacos, en esa ciudad que parecía tener levantada una fortificación a partir del cerro de San Jorge. Quien pasaba en media hora de sentirse fato en su casa a cheposo en su trabajo sabe de lo que hablo.

Era sábado y nuestro director había decidido dedicar las 12 páginas del Heraldín al partido (hoy ya está claro que es un derbi). Había quedado con amigos de diversas peñas azulgranas para comer y vivir todo el ambiente previo junto a gente de la Pim Pom Fuera, Fenómenos Oscenses, Peña 1506… En mi fuero interno, en aquel encuentro yo iba con el Huesca. Tenía el corazón dividido, pero no a partes iguales.

Bajaron unos cinco mil aficionados del equipo oscense, entre los concentrados en la grada lateral frente a los banquillos y los desperdigados por el estadio. Cayó una lluvia persistente que en absoluto deslució el espectáculo deportivo, finalizado con un empate a dos que no sé hasta qué punto satisfizo a alguien, ya que los visitantes se llegaron a poner 0-2 con goles de Rubén Castro y José Vegar. Camacho, estandarte entonces del cuadro foráneo, había exagerado una plancha de Arizmendi, que se fue al vestuario antes del descanso. Sin embargo, en la segunda parte, el brasileño Ewerthon niveló el marcador.

Voy con la enjundia: cuando los seguidores oscenses se vieron con dos tantos de ventaja en el luminoso, además de hacer fotos al marcador de su vida hasta esa fecha, una parte de los mismos comenzó a canturrear “somos el mejor equipo de Aragón”. Y claro, lo que faltaba. Si ya de por sí la afición zaragocista tiene sus peculiaridades, escuchar ese coro más chirigotero que ofensivo sacó de quicio a más de uno.

La idea que lo resumía todo desde la perspectiva local era que La Romareda siempre había aplaudido con un entusiasmo considerable las victorias del Huesca que, imagino que en Segunda B, se anunciaban por la megafonía del estadio. De manera que lo que para unos fue poco más que una chufla justificada pasada por agua, una fiesta pese al empate final, un recuerdo para contar a los nietos con el yo estuve ahí, para otros supuso una suerte de afrenta que dejaría huella para los restos. Y para muestra, este domingo otro botón…

 

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