El Real Zaragoza sólo puede jugar en El Sardinero reconociendo con su actitud y su fútbol que le va la vida para no ver cómo se le escapa
Todos los males se han instalado en la cabeza de un equipo amedrentado frente a la cercanía o realidad (depende del resultado del Eldense contra el Burgos) de un descenso que no figuraba ni en la peor de sus pesadillas. Frente al Córdoba, en el debut de Gabi, soltó una pizca las amarras en la recta final, pero le puede el miedo, la responsabilidad, la presión de cometer el mínimo error. En estos momentos es puro cristal bajo una estampida de elefantes. El técnico está trabajando para liberar en lo que pueda la ansiedad de un grupo donde además no sobran líderes, y los jugadores han escuchado el mensaje de su entrenador y van a intentar plasmarlo antes de que sea demasiado tarde. En Santander (18.30), el Real Zaragoza tiene la ocasión de morir de dos formas, llevándose la victoria o perdiendo, pero siempre reconociendo con su actitud y su fútbol que le va la vida para no ver cómo se le escapa. El encuentro destila dramatismo por todas las esquinas y hay que gestionarlo sin dejar la mínima rendija a la rendición. De El Sardinero debe salir reforzado al margen del resultado. Si gana, con paso de gigante. Si no lo hace, con el combustible anímico necesario para afrontar la durísima recta final que le esperaría. El éxito muestra ahora dos caras para el conjunto aragonés: sumar tres puntos (o incluso uno) o volver de vacío con la confianza plena en que la salvación está en sus manos. La tragedia no sería la derrota, sino entregar la cuchara sin oposición.