Eguaras luce, pero Zapater produce

No es este texto un elogio desmedido a Alberto Zapater ni se intenta en él desprestigiar el fútbol de Íñigo Eguaras, porque entre ambos, entre su mundos y sus carreras deportivas hay un abismo de imposible comparación si se cotejan los currículums. La razón de este artículo intenta situar al primero en el lugar que le corresponde, un espacio que contaba y cuenta con miles de admiradores hacia un profesional íntegro que vive el Real Zaragoza como una religión, que porta el brazalete de veterano capitán con la ilusión de un niño que cumple sus sueños aun en el ocaso que comenzó hace ocho años en Moscú y contra el que lucha y vence en cada partido, en cada entrenamiento. Pero desde que ambos coincidieron en la plantilla y pese a la relevancia del aragonés en este lustro, se ha impuesto en un amplio sector la tendencia a considerar a Eguaras el elemento diferenciador en la medular de los distintos equipos de los que han formado parte. Elegante, visionario, con desplazamientos de altísima precisión y lujosas asistencias, el navarro ha ocupado el trono en muchos corazones, mientras a Zapater se le reconoce en el papel de escudero, un agónico y honesto guerrero que fuerza demasiado su despedida y para el que más de una vez se ha solicitado la jubilación anticipada.

Ya no es aquel chico de físico portentoso apadrinado por Víctor Muñoz porque se veía reflejado en él. Aquel juvenil de 18 años mundialista sub 20 en los Países Bajos hasta que España se topó con la Argentina de Lionel Messi y, con posterioridad, internacional sub 21. Campeón de la Supercopa, lateral izquierdo en el 6-1 al Madrid, finalista de la Copa contra el Espanyol y pulmón del último gran Real Zaragoza que se recuerda. Penitente en el descenso y pareja de Gabi en el ascenso que vio nacer a Ander Herrera. Vendido por Agapito Iglesias al Genoa para edulcorar su terrible gestión económica. Zapater, a sus 36 años, está de vuelta de todo y de nada. Reza para que el pubis y la espalda le respeten lo máximo posible, trabajando para que el cuerpo que le aproximó otra vez a la retirada antes de ser intervenido en Londres del tendón rotuliano de la rodilla derecha, le conceda un nuevo indulto. Titular indiscutible y reclamado para la titularidad cuando la nave se hunde, el centrocampista presenta unos números similares a los de Eguaras con un detalle significativo: en estos cinco años juntos el aragonés ha disputado 4.727 minutos menos que Eguaras, lo que equivale a 52 partidos.

El capitán es, con dos asistencias, el único que ha ofrecido pases de gol esta temporada, uno al propio Eguaras en Alcorcón y otra a Narváez en el último encuentro frente al Málaga en La Rosaleda, dos detalles de futbolista de otra dimensión en este Real Zaragoza hueco de imaginación. En estos cinco años, Zapater suma 11 asistencias por 15 de Eguaras y ambos han firmado cuatro tantos. De nuevo hay que subrayar que la productividad del de Eje de los Caballeros es superior a la de su compañero en cuanto a que ha intervenido, sumando el minutaje, en nada menos que 52 partidos menos que el navarro. Cada cual puede situar en el trono de sus preferencias a quien desee, pero en términos de eficiencia, Zapater es el rey. En el mapa de calor, además de enrojecer su zona natural, muestra una pisada más profunda en conceptos individuales para defender y atacar. Eguaras tiene el balón, lo recupera, lo conduce y se mueve en la sala de máquinas como jefe de todas las operaciones. Zapater, sin ser tan vistoso ni tan localizado por los radares de la belleza en el juego, iguala como mínimo al navarro en acciones destacadas con mucho menos tiempo en el campo. No hay comparación posible ni animo de elevar a uno por encima del otro: los datos son los datos y Zapater es Zapater, auténtico, real y, todavía, el centrocampista de mayor amplitud de recursos del Real Zaragoza.

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