Fran Escribá pertenece a la generación de los entrenadores que han roto con el acento visceral y en parte el ego que, por lo general, encabezaba el libro de estilo de los técnicos de la vieja usanza, tipos malhumorados antes de desayunarse con la prensa y cuyas reflexiones iban a encaminadas a señalar al entorno como culpable de todos los males, al resto del mundo en su ignorancia de lo que realmente es o parece el fútbol. Hace mucho tiempo que estos profesionales, con excepciones, han evolucionado producto de un mayor grado de educación y preparación, con aportaciones didácticas no exentas de autocrítica. Lo que antes era una constante de tensión y reproches, ha derivado hacia una conversación e incluso intercambio de pareceres. Las charlas con Escribá se caracterizan por su moderación, por un tono amable siempre regulado por el respeto hacia los interlocutores, consciente de que lo que representa y a quién representa. Y cuando tiene que valorar algún asunto espinoso aunque afecte a sus propios jugadores, lo hace sin aquel arcaico escudo de proteccionismo del vestuario como si fuera un santuario habitado por intocables.
Pero este deporte aún conserva espasmos retrógrados de los que casi nadie escapa al menos en alguna ocasión. Escribá ha vuelto a defender, como ya lo hizo después del partido en Cartagena, que todo lo que se ha generado entorno al gesto de Víctor Mollejo le parece ridículo, que sólo fue una fea manifestación de alegría por el gol conseguido y no un acto de provocación, y que su opinión no es partidista, que la mantendría con cualquier otro futbolista de otro club. El delantero se agarró los testículos en su particular liturgia y la Federación Española de Fútbol está pendiente de sancionarle, por lo que entrará en la citación frente al Racing. El Real Zaragoza, según se desprende de la perspectiva de su entrenador, no contempla aplicarle el reglamento de régimen interno.
Con Mollejo no se pretende ejemplarizar con alguien en particular, sino con un modelo primitivo de reacciones vigentes en su raíz antediluviana que en nada favorecen a las instituciones que representan, pero sobre todo perjudican a la sociedad en el distrito de la formación de los deportistas más jóvenes ya que la élite ejerce como potente resorte imitador. Si Mollejo pidió disculpas y Escribá considera que lo que hizo su jugador fue un ademán muy feo, se sobreentiende la provocación de la que ambos reniegan o quizás no detectan dentro de un búnker de permisividad con la ordinariez de actitudes perfectamente evitables en el siglo XXI. El entrenador habrá filtrado todo antes de manifestarse en esta cuestión, pero esta vez se ha equivocado. La exhibición testicular del delantero no es una chorrada, tiene importancia y debe ser considerada un hecho punible. Hay otras formas de expresión mucho más originales, menos agresoras para la vista y bastante más pedagógicas.
Eso es.
Parece mentira que dos profesionales no vayan sabido po er remedio a esta situación antes de que se produjese.
A lo hecho pecho, con gallardía, como para tocarse los testículos cuando metes gol y cuando tienes que decirlo ante la RFEF. Pero no, salió a pedir perdón y eso significa que reconoce que ha cometido una acción sancionable.
Todo lo demás es buscar atenuantes.
A lo hecho pecho y asumir las consecuencias.
Escribá no ha estado acertado en este tema. El jugador ya había pedido disculpas y se tenía que dar el asunto por terminado, con una sanción de régimen interno.