La renovación de Sergio Bermejo ha producido un encuentro de opiniones. Muy enfrentadas en algunos casos a favor de un futbolista que tiene un don pero que, en la mayoría de las ocasiones, lo oculta en la fragilidad de sus decisiones, no siempre las mejores para el equipo. Tuvo la confianza a medias de Baraja e Iván Martínez y la bendición de Juan Ignacio Martínez. Con Juan Carlos Carcedo ha sido titular en los cinco encuentros disputados, siempre en la finca del extremo pero con libertad absoluta a meterse por dentro, donde vuela más cómodo y sobre todo libre. Zurdo y con el 10 a la espalda, pese a su continuidad en las alineaciones y al crecimiento defensivo que ha experimentado en un grupo donde no se negocia el esfuerzo, siempre se espera mucho más de él. Suele dejar detalles de elevada calidad en la conducción y tiene talento en el regate. No obstante, y aunque ha mejorado, sus dulces y elegantes promesas se diluyen en muchas ocasiones cuando debe tomar decisiones sencillas, y en los trayectos diagonales más de una vez ha provocado taquicardias entre sus compañeros con pérdidas comprometidas. En dos cursos y el que va de este, ha marcado cuatro goles y ha ofrecido seis asistencias que dentro del volumen de minutos que ha jugado supone una respuesta pobre para un equipo cuyos delanteros han fracasado por su negación goleadora, pero también por la escasa aportación de suministro de esa segunda línea donde a Bermejo se le adjudica responsabilidad en el reparto. Los tres goles que lleva el conjunto aragonés ha sido cuestión exclusiva de Giuliano.
La nueva apuesta por el madrileño, a corto plazo en lo deportivo puesto que tenía contrato hasta 2024, busca la progresión y la confirmación de un futbolista de 25 años que se sigue buscando así mismo y al que la afición estima y critica a partes iguales. En la recta final de la campaña pasada ofreció su mejor versión, aceptando responsabilidad, criterio y un manejo del balón muy inteligente. Más próximo al perfil profesional y la explotación de sus virtudes al servicio de la comunidad, no tan sólo del efímero adorno. Tiene desborde, buena pegada y ve túneles en el ojo del alfiler. Y, sin embargo, otra vez ha regresado al punto de partida donde su habilidad, sus disparos y su visión los engulle su tendencia a perderse en las nubes y, al final, ha quedarse sin oxígeno dentro de su físico de colibrí. El combustible le dura una media de 68 minutos, poco para alguien a quien los técnicos entregan una papel diferencial. De esta forma, no sabe nunca cuál va a ser su respuesta aun sabiéndose que dejará como mínimo un par de bellas pinceladas mientras las alas de la inspiración le acompañan. Su talento, por ahora, es de insuficiente recorrido. Un genio en frasco pequeño que sale de paseo en el amanecer de los partidos y que según cae el día regresa a la superficialidad, angustiado por los oscuros paisajes de guerra de esta categoría. Vuelven a darle otra oportunidad en busca de que sume carácter, constancia y una jerarquía mayor. Para que deje de migrar hacia la frialdad.