Juan Carlos Cordero está en la sala de máquinas del vestuario con el mono de operario y la llave inglesa. El motor del Real Zaragoza, otra vez más, se ha gripado en otoño y el actual directivo, responsable en gran parte de la avería, intenta cerrar las vías de agua abiertas en la plantilla, que son varias, y en el objetivo del Real Zaragoza, demasiado alejado de una zona de ascenso a la que no se quiera renunciar con toda la segunda vuelta por delante. En la ferretería de invierno, un bazar muy poco fiable a la que el ejecutivo ya tuvo que acudir en su primera experiencia en el conjunto aragonés con Bebé y Alarcón, el Real Zaragoza apenas ha encontrado joyas desde que tuvo que ponerse a la cola de los necesitados. La aportación de Ponzio, de regreso de River, y de Ander Herrera desde la cantera resultó clave para el ascenso del curso 2008-2009. Suazo, Contini, Eliseu, Edmilson, Jarosik, Roberto y Colunga, todos ellos con aportaciones sobresalientes, dieron un volantazo salvador en la temporada 2009-2010 con José Aurelio Gay en el banquillo. Pocas veces más se ha dado en la diana en esta ventana, con la salvedad, por supuesto, de Dani García Lara, en su vuelta a La Romareda, y José María Movilla, ambos piezas maestras para conseguir la permanencia en el ejercicio 2003-2004 y para ganar la sexta Copa en la historia del club en Montjuïc contra el Real Madrid de los Galácticos. Sin embargo, si ha habido un rey de invierno en el trono del Real Zaragoza, ese responde al nombre de Juan Eduardo Eenáider.
Nadie como él ha sido tan influyente para rescatar al club de la hecatombe. Ocurrió en un frío diciembre del año 2000. El accidente mortal de Cracovia en la UEFA, sobre todo para Juan Manuel Lillo, aún quemaba en el recuerdo con el equipo muy metido en la zona baja de la tabla. En una mañana de niebla en los albores del siglo, Esnáider («el futbolista más bello que he visto nunca», dijo de él Miguel Pardeza), surgió de la bruma en la Ciudad Deportiva para ser presentado. Caminaba como un apóstol del infierno, con el mismo fuego en los ojos que quemó a sus compañeros en el Parque de los Príncipes cuando marcó el primer gol y se fue a celebrarlo en solitario por todo el césped parisino. El delantero argentino volvía a su particular y único jardín de la felicidad después de una irregular travesía por el Madrid, el Atlético, el Espanyol y la Juventus, donde las lesiones le castigaron sin piedad. Era un animal herido en muchos sentidos, pendiente de una caza definitiva para alimentar su ego y calmar su insaciable sed de venganza con el destino.
Apenas se entrenaba, con el cuádriceps hecho puré, y se le preservaba del mínimo riesgo como un tesoro. Once goles, varios de una factura sublime, en 17 partidos. Las Palmas en su debut en esta etapa, Osasuna, Rayo, Oviedo, Valencia, Athletic, Racing, en la única derrota que vivió en el campo, y Barcelona, con un espectacular 4-4 cuando los aragoneses llegaron a dominar por 2-4, fueron sus víctimas. En el Camp Nou hizo su segundo doblete y martilleó hasta el viaje de vuelta en autobús a Vellisca por no asistirle antes en un tercero que le cogió en fuera de juego. Ya no volvió a ver puerta y se despidió con una expulsión en el minuto 15 del último partido frente al Celta de Víctor Fernández, cita que el Real Zaragoza necesitaba empatar. Catanha puso el corazón de La Romareda en un puño y Jamelli, casi de inmediato, estableció la igualada. Esnáider se perdió, como ya había ocurrido en 1994 por la misma razón, la final de Copa esta vez ante el Celta en La Cartuja. Él ya había ganado lo que buscaba, quizás la redención, puede que la gloria de ser el más grande. Se busco un remake al año siguiente con Milosevic con final trágico y vergonzante en Villarreal. La más bella estrella de invierno ya había brillado con una luz inalcanzable, con el incendio de París en su mirada de fiera salvaje.
Confiemos en que se acierte con los refuerzos aunque no haya mucho donde elegir.
Hay demasiados globos sonda en los medios de comunicación, entre otros el de Bebé, que parece que se deshincha.