El lío importante de JIM

Cuando un entrenador consigue que su equipo gane un solo partido de once disputados, sabe que su cabeza tiene precio. La de Juan Ignacio Martínez todavía no pese a unos resultados con los que otros técnicos habrían recibido ya la carta de despido. Este fenómeno inusual se produce cuando hay una confianza en un proyecto a largo plazo y en la persona que lo pilota, por lo que se redobla el tamaño de lo insólito de esta situación. Para entenderla hay un par de códigos descifrables: JIM sigue apurando la buena fama que se ganó el curso pasado con una salvación que lleva su sello personal y nadie con autoridad ejecutiva se atreve a cuestionarlo por el efecto boomerang que tendría una decisión muy impopular. La verdad es que, guste o no su trabajo, es el único profesional de los pies a la cabeza de una institución regida por amateurs y con futbolistas que no le ofrecen demasiadas alternativas. Un profesional claramente afectado por un estado de las cosas que le cuesta cada vez más administrar.

Aun con esa condición de intocable, si el asunto empeora será el primer en salir. Posiblemente lo haga beatificado y entre mucho ruido en contra, pero él mismo es consciente de que su continuidad, como la del resto de sus colegas, pende del hilo de los resultados. El técnico alicantino, no obstante y pese a su honestidad para reconocer sus errores –«yo he sido el máximo responsable del gol en contra. No debía de dejar como último hombre a Eguaras teniendo una amarilla»– tiene un lío importante. «Estoy convencido de que la liga es muy larga y y que llegaremos para estar en el lío sumando varias victorias», ha dicho al final del partido. Su convencimiento no convence, y su lectura de la situación es la del náufrago en mitad del océano viendo tierra donde no la hay. Alabó «la casta, la furia y la raza» de sus jugadores y admitió que el Real Zaragoza estuvo «lento en la circulación del balón en la primera parte. Y por enésima ocasión recordó que el grave problema del Real Zaragoza no es el gol –«porque creamos ocasiones–, sino la facilidad con que los recibe y la mala gestión a balón parado en algunos saques de esquina como el que precedió al tanto de la Ponferradina. «Es un campeonato muy igualado, pero es cierto que hay que sumar de tres en tres para que no se abran brechas».

Esa brecha de la que habla sólo la han superado tres equipos en 25 años para clasificarse entre los seis primeros: con 11 puntos en la undécima jornada,  Tenerife y Cádiz se elevaron hacia esas posiciones al final de la temporada y el Atlético lo hizo con diez. La dificultad para escalar esta pared vertical es ingente con estos datos en la mano. Estaríamos frente a otro milagro comparable al de la campaña pasada, pero más complejo por el tamaño de los rivales. JIM no quiere dar un paso  atrás en su convencimiento ni en sus ambiciones, pero se le cae delas manos por la mala construcción en la que ha colaborado. También por su insistencia en un 1-4-1-4-1 (esta ves se probó con un supuesto  e indescifrable 1-4-4-2) que chirría con Eguaras al frente, un solo delantero y Narváez fijado en la orilla izquierda. Ese dibujo se entiende con un mediocentro de grandes dotes físicas y posicionales y un punta arrebatador. Como Petrovic le ha llegado demasiado maduro del árbol de Torrecilla y arriba quien juegue lo hace en una isla incomunicada,  el Real Zaragoza sólo parece tener alma cuando se desordena.

Va a seguir en el cargo aunque debería demostrar algo más de cintura estratégica. Reconociendo las limitaciones de la plantilla y de un fondo de armario muy escaso de abrigo alternativo, el sistema que utiliza empobrece el ya de por sí  desamparado catálogo de remedios. Lo de estar en el lío –aspirar  a los puestos de playoff– también sería aconsejable que lo evitara porque desenfoca su figura de entrenador de críticas y autocríticas muy correctas y presenta a un entrenador con una considerable confusión en un equipo perplejo.