Hace quince días, el titular de esta sección en Príncipes de París era “Semana para apagar el marcapasos”. Dimos un paso más la siguiente diciendo “Guarden el marcapasos, pero déjenlo cerca”. Pues nada, que faltan dos jornadas para terminar la liga y el maldito marcapasos no puede encerrarse bajo llave aún. Porque el Real Zaragoza salió de La Romareda y perdió. Y porque el Eldense sigue dando bocanadas de carpa fuera del agua, pero no muere.
Ya que uno se pone a escribir de un evento, está deseando que pasen cosas para poder construir un relato con cierta gracia. Tirándolo por aquí o por allá. Pero con algo de chicha, fresca o rancia, pero chicha. Y muchas veces ver jugar al Real Zaragoza es un ejercicio que requiere paciencia para entender por qué su fútbol se ahoga en la intrascendencia. No se trata de que no haya pelea o intención de tenerla. La cuestión es que pasan muchos minutos en los que no sucede nada. O lo que ocurre no tiene etiqueta aplicable.
Para no caer en esa generalización que acarrea injusticia, como decía una noche sí y otra también José María García, debemos subrayar quince minutos reñidores del equipo aragonés, los primeros del partido. No hubo papel que envolviera el regalo, premio a la intención en forma de disparo entre los tres palos, pero la impresión que daba el conjunto de Gabi era digna de apreciar.
Una vez más el hechizo se fue al carajo en breves y el encuentro, también por parte del Oviedo, incurrió en una falta de salsa y color que lo hizo infumable. El Real Zaragoza se sabe demasiado bien las palabras iniciales del mago: nada por aquí, nada por allá. La cuestión es su capacidad para eternizarlas.
Para colmo, rara vez echamos de menos a un colegiado con dos o tres decisiones de esas que te pegas cinco minutos discutiendo con tus amigos de retransmisión. Donde hay que mirar el VAR, por si acaso no lo miro; y donde no hay más remedio que mirarlo, lo hago pero no decido lo evidente al ojo más imparcial. Pienso que el Zaragoza, en este terreno, tiene un déficit de “fortuna” muy evidente. Lo que pasa es que hablas con el vecino y te dice lo mismo. Y el otro. Y el de más allá.
Si todas las circunstancias, véase calidad de vida, de entrenamiento, de estudio, de actualizaciones… han mejorado en los últimos 30 años, deberíamos ver mejores arbitrajes. Pero eso no sucede. Lo del VAR, aunque sirva para que muchos más árbitros de los principales coticen buenos números en la seguridad social, debería ser objeto de una exhaustiva revisión. No precisamente del VAR.
Volvemos con ese Real Zaragoza anodino como un sábado de primavera con nubes o un karaoke con micrófonos que no funcionan. El tiempo pasa de puntillas y se escapa por el sumidero de la vulgaridad. Solo el amor incondicional a unos colores puede soportar semejante intrascendencia.
Y luego, medio sin querer, de la forma menos vistosa posible, el rival te deja su aguijón para que no puedas respirar hondo ni tres veces seguidas. Y miras cómo va el Eldense. No el Atlético de Madrid. El Eldense. No el Chelsea ni el Ajax. El Eldense. Y ojo con perderle el respeto al equipo alicantino, que pudo ganar en Castellón y devolvernos a la UCI sin respirador ni anestesia. Y ya sé que parte del problema es no asumir una nueva identidad que se extiende más allá de la Comunión y va camino de la Confirmación.
Claro que le podemos ganar al Deportivo. Tan claro como que podemos perder contra un bloque que juega bien y hace goles. ¿Estará extra motivado? No nos enteraremos. Pero no creo que se pasee en La Romareda; más bien, como casi todos los equipos que la visitan, jugará al fútbol mejor que nosotros y vete a saber tú lo que pasará.
Me parece bien que hayamos apagado el marcapasos, incluso que lo hayamos dejado en la mesilla; pero como digo, no podemos poner un candado al sufrimiento. Este sigue con nosotros mínimo una semana más. La temporada pasada, con Víctor Fernández, hubo que esperar a la penúltima jornada para congraciarse con la vida. ¿Dónde hay que firmar para que sea igual?
Chapó!!