Cristian Álvarez, impasible en la cima de su montaña personal y ajeno a la crisis del equipo, ha sido el mejor jugador del Real Zaragoza en tres de los siete partidos y en el resto ha estado entre los tres más destacados
Se han consumido todos los adjetivos para describir a Cristian Álvarez. En Marvel no podrían hacerse cargo de su nómina como superhéroe de la marca. Y Gaetan Poussin, que se trasladó del Girondis a Zaragoza para competir con el argentino, espera sentado en el banquillo, posiblemente para ver pasar todas las estaciones de la temporada bajo el paraguas de la suplencia. La ciudad, después de disfrutar del vuelo de su capa protectora durante las últimas siete temporadas, le ha nombrado Hijo Adoptivo cuando está muy cerca, el próximo mes de noviembre, de cumplir 38 años. «Ángel Cósmico, ¿de qué planeta viniste? El guardameta era un bebé cuando en 1986, el locutor Víctor Hugo Morales describió con un grito similar su admiración por el primer gol de Maradona a Argentina en el Mundial de México, un obra de arte que preside los museos del recuerdo de este deporte. Cristian sabe que a ese olimpo no subirá jamás, pero en el Real Zaragoza todos le adoran y le rinden culto como a un dios, en especial una afición que contempla su figura en la cima de la montaña a la que subió tras su llegada y de la que no ha bajado aún.
No hay hipérbole gratuita para explicar el significado de Cristian en este equipo que cumple su undécima campaña de penitencia por Segunda. Sin él, muy posiblemente el fútbol en Zaragoza estará vestido de luto. Por fin es padre de un Real Zaragoza líder, de un conjunto que arrancó el curso quemando neumáticos y rivales y que en las dos últimas jornadas ha languidecido, sin apenas gol ni ocasiones, la vieja maldición, y con un juego achatado al que Fran Escribá no puede o no sabe sacarle punta. La mayoría de los integrantes de la plantilla han realizado encuentros notables y sobresalientes, para después sumar suspensos en este declive que coincide con las lesiones de Nieto y de Francho pero que destila mayor profundidad analítica y, sobre todo, requiere soluciones urgentes pese a que la primera plaza tiente a tomarse el asunto como algo pasajero. El club ya se ha puesto manos a la obra para acudir al mercado de invierno y buscar un lateral izquierdo titular.
El terremoto ha cogido a Cristian en el spa, sin alarmarse pese a que le aparezca algún tiburón bajo el agua. Si en anteriores ocasiones rozaba la excelencia, esta vez convive con ella sin que influya en su nivel que le hayan buscado un segundo con perfil de primero. En A Malata recibió el tercer tanto para que el Real Zaragoza perdiera por vez primera, pero antes y después de ese puñal de Álvaro Giménez, protagonizó dos paradas soberbias, una a Carlos Vicente y otra a Manu Justo. Como siempre, su rostro no cinceló una sola arruga de felicidad o rabia en la celebración de sus intervenciones. Amerizó en ambos casos ajeno a las turbulencias, sabiéndose piloto la nave que en tantas oportunidades ha salvado de la catástrofe.
Vuelve a ser el mejor. Al principio no a tanta distancia de jugadores como Aguado, Moya, Mesa, Francho, Francés y sobre todo Jair, en partidos en los que como mínimo fue el tercer futbolista más destacado. En las tres últimos, ya con el Real Zaragoza con uno de los motores incendiados, nadie ha alcanzado su rendimiento ni de lejos. Frente al Racing le sacó con flema a Andrés Martín un lanzamiento venenoso, y contra el Cartagena, su contorsión en el aire para despejar un tiro de Jairo recordó Aleksei Goloborodko, la estrella del Cirque du Soleil. Ante el Racing de Ferrol fue el único que se rebeló, sin éxito, contra la derrota. Sigue Cristian Álvarez impasible en las cumbres de su cordillera, frenando aludes. Es bueno que con el equipo buscando su huella aún, el argentino conserve intacta la suya como referencia de convicción del hijo que juega en el columpio del ascenso.