Guillermo ‘Yemo’ Díaz no era un cualquiera cuando aterrizó en este país para ser el primer futbolista chileno en jugar en España. Para el Real Zaragoza fue también la primera contratación de un profesional en fechas invernales. El 1 de enero de 1953, con 22 años recién cumplidos, fue transferido del Santiago Wanderers de su Valparaíso natal al club que presidía Cesáreo Alierta. Un extremo izquierdo de regate y gol (un habilidoso wing) formado en el equipo porteño desde la categoría infantil, integrante de la delantera de oro que formaban Fernando ‘Negro’ Campos, Enrique Valdebenítez y José ‘Peta’ Fernández. Ya había vestido la camiseta de la Roja con su selección en el Mundial de Brasil, donde se enfrentó a la España de Basora, Zarra y las prodigiosas paradas de Ramallets en aquel partido, y frente a Inglaterra, en ambos casos para perder por el mismo resultado de 2-0.
El conjunto aragonés, último, se iba a Segunda división de cabeza (al final descendió) y con su fichaje se intentó reparar en lo posible el peor ataque de la categoría en números que tenía a Avelino Chaves como principal referencia. Yemo disputó tan solo cinco partidos a las órdenes de Balmanya y su falta de adaptación provocó que, después de seis meses, decidiera regresar a casa. El Palestino fue su siguiente destino, club fundado por inmigrantes palestinos con el que salió campeón por primera vez en la historia y con el que se consolidó en la selección. Solo volvió a abandonar Chile, con el talón de Aquiles destrozado, en una fugaz aventura en la North American Soccer League, en el Montreal de Canadá. Los Caturros le acogieron de nuevo para despedirle en 1964.
Una historia veloz, como aquel extremo que llegó en enero para inaugurar en el Real Zaragoza una etapa de contratación poco común y ahora institucionalizada, y para abrir puertas en el futuro a compatriotas. El club aragonés ha tenido en sus filas posteriormente a tres chilenos más, tamibén atacantes: Yañez, Suazo y Henríquez, quienes consiguieron la misma cantidad de goles cada uno, seis. Yemo fue el único que se fue de vacío.
