La radiografía del conjunto aragonés muestra un equipo con corteza competitiva pero con demasiados grises cuando tiene la pelota, sin salida, desborde, asociación ni pegada y un excesiva circulación en campo propio o en zonas frías en ataque
Si se destripa el juego del Real Zaragoza con el bisturí de los datos que atesora en las 12 jornadas disputadas, de la operación se extrae un equipo de considerables desequilibrios en la toma de decisiones con el balón. Su futbol se basa por lo general en la posesión, faceta en la que es el cuarto más destacado después de Andorra, Eibar, Valladolid y Elche, y sin embargo ese control no se traduce en una constante de dominio productivo. El gobierno de esa pelota se produce con una incidencia altísima, la mayor de la categoría, en campo propio, de donde le cuesta salir o al que regresa a través del pase de seguridad y un reiterativo trasvase de centros entre sus defensas.
Ese muro que se eleva por delante de la retaguardia tiene su causa principal en la escasa intervención de los centrales para dar salida al juego con la ruptura de líneas por iniciativa personal o con pases filtrados, además de carecer de laterales que se ofrezcan como alternativa o vía principal para hallar vías de escapa por fuera. La presión alta de los rivales acentúa aún más el déficit de una línea que se asfixia al no localizar libres de marca a los medioscentro. La circulación abusa de la horizontalidad o acaba en los pies del portero, forzado a desprenderse del esférico para evitar males mayores más que para dirigir el envío.
Estrangulado por esos problemas en la gestación del fútbol, el Real Zaragoza se ha convertido –aunque también animado por orden del entrenador– en el segundo que más balones lanza en largo durante los partidos, en ocasiones en busca de dos delanteros que ahora se ha reducido a uno y, la mayoría, como único argumento para proyectarse en ataque. Consigue vivir en campo contrario, pero su potencial goleador ocupa una modesta novena plaza con 15 dianas, mientras que al tener establecido su campamento base atrás, es el sexto que menos tantos ha recibido, 11. Eso sí, cuatro de ellos como consecuencia de cuatro graves errores, una cantidad de fallos que ningún otro equipo de Segunda ha cometido hasta el momento.
La línea de tres cuartos es su frontera. Superarla le cuesta un mundo porque echa de menos futbolistas con una fuerte naturaleza de desborde. Tiene muy poco regate, sólo por encima de Espanyol, Eldense y Burgos, y tampoco puede presumir de asaltar el área con asociaciones ya que, con seis asistencias, es el tercero menos clarividente en esa zona tras Huesca y Elche. Con la portería enfrente y pese a apostar por dos puntas durante gran parte del torneo, sólo tiran a puerta menos que él Tenerife, Eldense, Andorra, Alcorcón y Huesca. La conclusión es que estamos frente a un híbrido de complicada descripción, en absoluto un conjunto de comportamiento regular y, sobre todo, condicionado por un balón que tiene pero no puede o no sabe qué hacer con él para construir una identidad sólida. Su plantilla, sacudida ahora por las lesiones, posee corteza competitiva, pero en su interior concentra demasiados grises para garantizar la victoria.
Exacto. Es un conjunto de individualidades. Han pasado de tener la certidumbre de poder ganar por su calidad a un mar de dudas que les agarrota mental y físicamente.
Sin identidad de EQUIPO, sin líder dentro y fuera del campo y con lesionados las dudas han atemorizado a los jugadores y al entrenador.
Cordero tiene que hablar pronto con todos y que vuelvan a recuperar la confianza.
Asunto difícil y que depende del tiempo y de los próximos resultados.
Me recuerda a Carcedo. Veremos.