El solar de Víctor Fernández

En sus dos destituciones en el Real Zaragoza hubo que recurrir a tres entrenadores más y en esta ocasión ya van dos con Ramírez a examen y con el equipo, una vez más,  hecho unos zorros

Víctor Fernández ya se ha ido y, sin embargo, la liturgia de su funeral sigue aún caliente. Tiene mucho en común con el Día de los Muertos mexicano, donde el fallecimiento no remite a una ausencia sino a una presencia viva. La creencia es que los difuntos regresan a casa y por ello son agasajados. Desde que el entrenador aragonés eligió marcharse, el grupo de sus familiares o amigos que se siente familiares visten de pétalos su partida para tenerle muy presente. Esa atmósfera farisea resulta cada día menos creíble y agotadora, pero siempre sibilina procurando, si los resultados no son buenos, ridiculizar al sustituto. Es una estrategia de boina calada hasta la mandíbula, pero en esta tierra ha hecho escuela. Ahora resulta que Miguel Ángel Ramírez es culpable de modernidad, de llevar una tablet o utilizar gps para controlar parámetros del rendimiento de los futbolistas, aportaciones tecnológicas que llevan años aplicándose en el fútbol.

Ya ocurrió con Víctor Muñoz en su etapa de secretario técnico en el club, cuando quiso colocar cámaras en La Romareda para grabar las acciones del juego. El periodismo más rancio y humeante de la época vio una amenaza, sobre todo porque Muñoz se negó a que tuviera trato de preferencia y se paseara por los despachos de los directivos como si fuera su casa. El exfutbolista fue acusado de visionario y, ya con Víctor Fernández en el banquillo muy pendiente de la influencia y profesionalidad de alguien que podía hacerle sombra, fue despedido. Víctor Espárrago utilizaba un altavoz para dirigir algunos entrenamientos, y fue motivo de burla. Juan Manuel Lillo, mucho antes del desastre de Cracovia, ayudó a un utillero a portar material en la pretemporada y el tabloide donde trabaja el mismo rey de la Habana le dedicó un par de páginas con el titular «Este es el entrenador del Real Zaragoza», una información deleznable. Los viejos cachorros de ese estilo chabacano siguen desprendiendo aquella caspa décadas después.

A todos ellos, y a la buena y desinformada gente que aún descubre en Fernández al eterno ángel de la guarda, hay que recordarles que la gloria que acumuló a principios de los noventa no encuaderna todo el currículum de su extenso paso por el Real Zaragoza. En ese mismo albarán figura el enorme perjuicio que le ha causado al club tras sus salidas antes de tiempo. En su primera destitución, en la temporada 96-97, el conjunto aragonés se salvó del descenso gracias a la discreción y sensatez de Luis Costa en la administración de una situación de máxima alerta. Su alianza con Agapito Iglesias propició una ruina aún hoy vigente y el equipo descendió con el mayor presupuesto en jugadores de la historia. Este curso ha saltado del barco botado para el ascenso a Primera para salvaguardar sin conseguirlo su dignidad, una fuga en pleno hundimiento que, cómo no, el landismo de catetos a babor ha calificado de valiente determinación.

Igual que los datos rebosan de elixires la Recopa, acuden para acuñar la otra cara de la moneda sin brillo alguno de un entrenador que siempre que le han echado o se ha ido ha dejado el Real Zaragoza como un solar. Tres técnicos le han sucedido en dos ocasiones, Nieves, Víctor Espárrago y Luis Costa y Ander Garitano, Javier Irureta y Manolo Vilanova. En esta ocasión, David Navarro ejerció de interino en el partido contra el Racing de Ferrol y ahora está al mando Miguel Ángel Ramírez, quien en su debut en La Romareda tuvo que escuchar que se fuera de una parte de la afición porque, al parecer, es el anticristo por renegar del fútbol que históricamente solicita el zaragocismo. En doce años en Segunda, esa esencia atacante y espectacular que se reclama se ha visto con idéntica asiduidad que el cometa Halley. Ramírez da señales de un despiste importante, fruto de que ha llegado a una tierra quemada. Será interesante comprobar si puede reactivar este vestuario de cristal o, por el contrario, las flores de la lápida de su antecesor terminarán por aplastarle.

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