El truco de JIM es que no hay truco. El nuevo entrenador del Real Zaragoza, equipo que aun con la feliz victoria sobre el Lugo sigue colgado del vacío sin red de protección, ha traído consigo su propio equipaje. No hay nada especial en sus pertenencias, en realidad la mayoría de los técnicos viajan con fastuosas maletas de autor en cuyo interior solo hay aire narcisista. Juan Ignacio Martínez se atropella al hablar porque quiere transmitir tanto que sus ideas se pisan unas a otras. En esas ruedas de prensa de orador impetuoso y muy consciente de las realidades, sí ha conseguido que se entienda su mensaje. Sencillo, sin construcciones góticas en sus discursos, centrándose en los futbolistas como grandes y sensibles actores. Es la línea de la vieja escuela, la más moderna: el juego es de los jugadores, y un buen gestor de grupos de personajes trabaja para que en las piezas de un universo tan altivo como vulnerable encajen con humildad en el máximo aprovechamiento de sus pocas o muchas virtudes. A este Real Zaragoza le falta demasiado y no le sobra nada, y JIM, que en su carrera ha labrado en campos y clubs de secano, se siente identificado con el reto. Acaba de aterrizar y le queda pendiente convencer a su amigo Miguel Torrecilla de que medie con el consejo para ir al mercado de invierno a por fichajes que alicaten su proyecto, el de la salvación.
El ‘truco’ de JIM
En la primera toma de contacto con el zaragocismo, rebozó la tragedia con una táctica de moderados optimismos, como el de recuperar a miembros de la plantilla que deben implicarse más. Y, algo muy importante y nada común, agradeció la labor de Iván Martínez, su antecesor, por su valentía para coger el equipo en un momento tan complicado y por su apuesta por la cantera. Juan Ignacio Martínez dejó así su impronta de elegancia y empatía antes de ponerse manos a la obra, que consiste en reducir las distancias al máximo con el vestuario. Mientras otros colegas viven en burbujas y despachos empapelados de tecnología y ciencias estadísticas, el alicantino come el mismo rancho que sus soldados, incluso compartiendo plato si fuera necesario. En sus dos primeras experiencias, en el día a día, se la ha visto detalles que confirman que su principal estrategia se basa en humanizar, en reconstruir, como es el caso, familias desestructuradas deportivamente.
A JIM se la visto poco y mucho, pero lo suficiente. Mantiene charlas con el jugador y ninguna superficial, relativiza, y entrega cariño. Por el momento ha conectado con unos profesionales que carecían de esa figura hasta cierto punto paternalista, entrañable y al mismo tiempo respetada por autenticidad. Para saber de esto no es necesario llevar una tablet bajo el brazo, sino la verdad al margen de los éxitos. El Real Zaragoza de JIM ha ganado un importante partido de Liga, pero las consecuencias de sus estupendas intenciones continúan en cuarentena porque solo es un hombre con una esperanza, y el fútbol siempre pide en su menú carnívoro a entrenadores utilicen látigo o una biblia para guiar a sus feligreses. El truco de JIM es que no tiene doble fondo, que su magia se ve y se comprende.