El fútbol ha tenido diferentes enfoques, modas y altibajos gracias o por culpa de jugadores emblemáticos. En el Real Zaragoza de los sesenta se consiguió durante seis temporadas un equipo letal por la propia personalidad de quienes salían al terreno de juego. Ellos mandaban, jugaban como querían y cuando querían. Los zaraguayos, de igual manera, se ampararon en un inteligente Luis Cid “Carriega” para seguir con la doble vida dentro y fuera del terreno de juego. Talento, liderazgo, silencio y electricidad en las gradas. Con Juan Señor llegó el estilo, la apertura del campo, una continuidad con diferentes jugadores como Valdano, Rubén Sosa o Pardeza, que seguiría hasta la “Quinta de París”, eso sí, sin una denominación específica pese a su título de Copa ante el Barcelona, veinte años después. Muerto de éxito el Real Zaragoza en 1995 comenzó su irregular andadura con el hijo de Soláns, Agapito y la Fundación. Ya sin futbolistas representativos, sin marcas de éxito acuñadas por periodistas y con la incógnita de la décima temporada consecutiva en Segunda División.