En el nombre del padre

Cristian Álvarez volvió a ser el sol aunque en nada se sienta una estrella. Todo lo que ha alcanzado el Real Zaragoza desde que llegara hace cuatro temporadas y 150 partidos tiene su luz, su calor, su vida. Dos playoffs y dos temporadas luchando por la permanencia. En los extremos, de palo a palo, el guardameta ha sido el alma y el cuerpo del equipo. Cuando delanteros como Borja Iglesias o Luis Suárez le ha acompañado, se ha luchado por ascender. Cuando el gol se ha ausentado, el arquero ha sostenido y guiado al conjunto aragonés en lo alto del faro. Desde sus intervenciones majestuosas a los errores más imprevistos, que se han concentrado en este curso, siempre ha conservado su figura emblemática. No se puede visitar al Real Zaragoza de estos años sin admirar al argentino, cuya influencia abarca no solo la portería, sino el estado del ánimo del grupo, que se siente protegido por un tipo de apariencia insensible pero puro sentimiento, de un jugador que pasa del frío al calor sin estación intermedia, que congela el tiempo y dirige las agujas del reloj en el sentido que más le coviene. Puro roncanrol y balada heavy. JIM, Francés, Francho, Azón, Zapater o Narváez han competido con él en trascendencia en el penoso camino de la permanencia, pero al final todos han rezado en el nombre del padre, dispuesto a parar penaltis y a meter un gol de cabeza en el último suspiro, a ser el de siempre, el solitario guardián de las llaves del cielo por alcanzar y de las puertas del infierno por evitar. Entre esas dos tierras, Álvarez detiene las avalanchas.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *