El Real Zaragoza, que pierde a Bakis por una lesión de rodilla, cuenta con una nueva oportunidad de regresar a la zona de promoción si recupera frente al Real Oviedo su relación rota con la victoria, un resultado que también necesitan el entrenador y la afición
El Real Zaragoza lleva viviendo los dos últimos meses entre sobresaltos, inmerso en una espiral de lesiones inusual y subido a un tobogán de malas decisiones por parte del entrenador y de los jugadores que le tienen en constante descenso. Las puertas de la enfermería, en la que siguen Nieto, Cristian y Gámez y de la que sale el añorado Francho para el encuentro contra el Oviedo (Lunes, 21.00), se han abierto de nuevo para recibir a Bakis, con una lesión de rodilla de la que aún se desconoce el alcance y que le deja fuera de esta cita en La Romareda. El delantero referencial en la lista de fichajes veraniegos suma un tiempo fuera circulación a su nula relación con el gol, lo que supone un duro golpe para un futbolista muy afectado por su mala racha y para un equipo al que parecía sobrarle material y, sin embargo, muestra flaquezas frente a las bajas. En espera de la convocatoria de Fran Escribá, se confía en que esté en ella Mesa, que no jugó en Burgos al cumplir un partido de sanción y quien durante esta semana ha estado entre algodones. Más complicado lo tiene Toni Moya, también sin participación en El Plantío pero en su caso por una contractura que aún le está dando guerra.
Con una alineación fija en la franja defensiva (Rebollo, Borge, Francés, Jair y Quentin), el centro del campo y el ataque quedan pendientes de un par de movimientos. Aguado, Grau y Valera asoman fijos mientras el técnico deshoja la margarita de dónde situar a Manu Vallejo y Mollejo, si en la medular o arriba en compañía de Azón. Escribá no descartó que Francho estuviera en el once, lo que variaría sustancialmente el plan. Las malas noticias sobre Bakis y el temor a las recaídas en este escenario de fragilidad física desaconsejan cualquier tentación de correr riesgos pese a la importancia del compromiso, ya que el Real Zaragoza podría acabar la jornada en sexta posición si gana al Oviedo en casa, donde ha perdido sus últimos tres encuentros. Con este panorama de flojera competitiva y pérdidas de puntos en los últimos minutos por fallos individuales y colectivos y un rival que encadena cuatro triunfos y dos empates, las dudas sobre cuál será el rendimiento y la respuesta mental del conjunto aragonés se posan en esta jornada de doble filo. Porque de igual forma que el equipo puede auparse a un puesto de privilegio también se asoma al gris abismo de la media tabla, un terreno muy resbaladizo para el futuro de Escribá si se tiene en cuenta que el objetivo era contemplar el ascenso lo más cerca posible durante todo el curso.
Los 21 puntos que tiene en la mochila no están tan mal. Sí su fútbol, un híbrido complicado de descifrar, efectivo para ponerse por delante y dejarse remontar y empatar en rectas finales sembradas de errores y terrores. Un bloque en todos los casos con una gruesa capa conservadora, a expensas de la propuesta del rival y de los fallos que pueda cometer. Vuelve a La Romareda para reencontrarse con la victoria y con una afición fiel pero con la imperiosa necesidad de recibir una alegría para no dejarse seducir por la depresión de un Real Zaragoza que se ha mudado de la ilusión del liderato a este lugar intermedio, lejos de la geografía de los ambiciosos. La trascendencia de este partido reside tanto en la consecución de todo el botín como en el mensaje positivo que se enviaría a la grada. Nadie va a abandonar el barco, pero una nueva mala noche en el estadio haría que no pocos se retiraran al camarote para conciliar pesadillas. Entre ellas, la inevitable del cambio de entrenador, todo un clásico de las crisis, del tobogán de única dirección al vacío.
El Espanyol ya se ha cargado a su entrenador yendo quintos.