Una gran parte del zaragocismo vive en un estado permanente de espíritu navideño, raptado el club esta vez por un fondo de inversión que hace su negocio y una desinformación premeditada en muchos casos
El Real Zaragoza se ha transformado en una cebolla con decenas de capas. Y si desprendes unas tras otras para encontrar en el fondo el club magnífico que fue, saltan las lágrimas de indignación y de impotencia, sin hallar apenas resquicios de aquel coloso elegante, respetado, copero que era ejemplo del fútbol espectáculo. Los últimos 12 años, desde el descenso de 2013, han dinamitado casi por completo a una entidad que con el desgaste de la deuda y la gestión de las diferentes propiedades transita vagabunda por el arcén de lo inmoral. Su imagen es la de un gigante impedido, de dios desterrado a olimpos insignificantes, zancadilleado además desde dentro. Sólo su afición le acompaña en ese tránsito sin futuro visible, una masa social que ha sufrido un profundo cambio generacional para bien y para regular. Gran parte del zaragocismo, muchos herederos de un presente sin más gloria que ganarle al Racing de Ferrol, vive en un estado de permanente espíritu navideño. La vieja guardia, la que conserva en la retina noches de blanco satén goleador y destellos de trofeos memorables, acompaña a los cachorros en la grada entre el mismo conformismo o el agotamiento.
En cada verano una mentira; al llegar en invierno, redoble de farsa. Pero la masa social no para de crecer en un emotivo ejercicio de fidelidad que, sin embargo, no devolverá por sí mismo al equipo a Primera División. Agapito y el socialismo redentor, la Fundación con su arcaica pero siempre poderosa e inmovilista oligarquía y ahora un fondo buitre como guinda a la degeneración han condenado al Real Zaragoza a cadena perpetua. Todos estos raptores de la ilusión han prometido milagros como los vendedores de un ungüentos del Viejo Oeste, sin sustancia curativa alguna en el recipiente. El interés propio, la notoriedad, el nuevo estadio que por fin ha llegado aun a costa de vender el alma al diablo, los personalismos… Cientos de personajes han exprimido en algunos casos por ignorancia y en la mayoría por beneficio propio una de las mayores instituciones de Aragón. Como ironizaba Forges con el preventivo anuncio forestal, «si el campo se quema, alguno suyo se quema, señor marqués». En ese tierra calcinada y ajena a la administración popular que es el conjunto aragonés, los terratenientes consiguen que el hincha, entre la ingenuidad y la necesidad de creer pese a todo, víctima por supuesto de una desinformación premeditada y colaboracionista en muchos casos, divise el verdor.
El capítulo reciente de esta ignominia tiene como protagonista a un grupo de inversión que ha reducido la deuda con su peculiar ingeniería financiera para posicionarse en solitario y con éxito en la explotación de una nueva Romareda. Como toda empresa de estas características, acudió al rescate con un medido oportunismo, generado por una situación ruinosa, testaferros locales que le allanaron el camino político, y la presunción de un interés patriótico en la salvación del equipo. Tres años después de su aterrizaje, su negocio, el estadio y la concesión de su explotación, va viento en popa, con otro miniestadi a coste cero mientras duren las obras del renovado templo principal, una infraestructura que se ha llevado por delante la Ciudad del Deporte… Por contra, el Real Zaragoza de pantalón corto y escudo compartido con el Atlético de Madrid y sus socios se prepara para masticar otro fracaso deportivo.
Mariano Aguilar y Emilio Cruz, tentáculos de Miguel Ángel Gil Marín, partícipes en la construcción de las plantillas y siempre críticos con la impaciencia de la afición zaragocista; Fernando López, invisible y atlético director general por la gracia de la puerta giratoria que tomó Raúl Sanllehí hacia Miami; Juan Carlos Cordero, un director deportivo en tierra de nadie aunque más próximo al poder; Pilar Gil, vicepresidenta del Grupo Prisa y persona de confianza de Joseph Oughourlian… El núcleo de esta sinergia con masa madre en Madrid convenció a Víctor Fernández en el Metropolitano de que iba a contar con un vestuario estratosférico para subir, y celebró un matrimonio imposible con Cordero. La reestructuración masiva fue un pulso de egos, de fichajes nonatos y segundas y terceras opciones que se tradujeron en un disparate reflejado en la clasificación y el rendimiento al cierre de la primera vuelta, caída de telón con Víctor huyendo, David Navarro cogiendo las riendas y los guantes de boxeo y Jorge Mas, presente en la ciudad por la Junta, en su tan bien interpretado papel de Pinocho. Todo es posible a partir de enero. El ascenso no está tan lejos. Moverse, maños moverse. Y a ocho días de fin de año, Aguado, Azón y Francho sin renovar en la estrategia del caos.
Lesionados musculares a discreción sin explicación médica alguna, recaídas, sobrecargas por una preparación física y un proceso de recuperación en entredicho. Y una Ciudad Deportiva que festejó su 50 cumpleaños entre memorables olvidos no sin que Ramón Lozano recordara que las instalaciones son una vieja nave con excelentes astronautas. La herencia de José Ángel Zalba se iba transformar en un Academia y conserva los mismos vestuarios de 1974. El Real Zaragoza despide el 2024 rodeado de una riqueza artificial, en un comedor social, harapiento y olvidado. Sin un entrenador, con el proyecto en la sopa fría. Pero Felices Fiestas a todos… menos a uno que son legión como carceleros o saqueadores.