Escribo esto con Neil Young de fondo, por lo que supongo que lo que salga tendrá un aroma a folk y rodillo de heno surcando el texto, a la combinación de lo tradicional, lo sencillo y lo social, pero también a denuncia por lo que me resulta incomprensible y doloroso no por mí, sino por la gente que habita el Real Zaragoza desde hace 89 años. ¿De verdad nadie puede hacer nada por el este club, víctima de la avaricia, el abandono y la ignorancia? No lo creo. Lo veo desde hace demasiado tiempo caminar descalzo y perdido sobre millones de hectáreas calcinadas por un fuego provocado; ahogado en las grietas de un océano sin escrúpulos; quemado como el cielo de Chernobyl. Y pese a todo, pese a ese cambio climático apocalíptico, acompañado de almas que se refugian en un paraíso de emociones, sentimientos y esperanzas que lo mantienen con respiración. El dinero que le han robado son los clavos que lo tienen crucificado desde hace nueve temporadas, aunque ha perdido tanta sangre que reducirlo todo a esa falta de liquidez es una coartada demasiado ingenua para justificar este homicidio en primer grado. No ha existido tampoco intención sincera y constante por recuperar su grandeza, ni imaginación, ni talento, ni conciencia política. Poco a poco su inmensa piel de león se ha convertido en pasto de truhanes, guerras civiles y alimañas insensibles a una institución que aúna todas las religiones con varias divinidades comunes que adorar y que se resumen y desembocan en la pasión de su gente. Posiblemente en el amor.
La Fundación 2032 carga con todos los pecados, los de otros y los suyos, que por ser los últimos parecen los más graves. En ese encuentro nada casual de empresarios aragoneses convergen todos los caminos feudales que tienen al Real Zaragoza pagando diezmos por cosechas de las que ni siquiera ha disfrutado, impuestos de príncipes de la especulación económica e ideológica. Agapito Iglesias fue el Enola Gay desde donde se lanzó la gran bomba atómica, pero antes hubo quien fabricó la conspiración y le entregó el poder a un piloto ciego de éticas que utilizó el artefacto desoyendo incluso a los sacerdotes que le habían bautizado. Agapito, no sin razón ni una buena dosis de maniobras en la oscuridad, ha quedado como el hombre del saco, el gran artífice del desastre. En este infierno, sin embargo, hay cola en la ventanilla de los anticristos. Buen parte de la deuda que intenta limar la Fundación invirtiendo más tiempo que dinero venía de atrás. La raíz del mal que no para de crecer nace y se extiende como consecuencia del intento de explotación del club en beneficio propio. Desde el Pignatelli al Paseo Independencia, por esa travesía comarcal y decimonónica por donde no pocos siervos cobardes de la ciudad han colaborado en la trashumancia de mentiras y silencios, el Real Zaragoza se trata como un producto bancario. Hipotecado, preso de prestamistas y fondos de inversión… Huérfano de un solo gramo del altruismo de sus primeros pasos, de cientos de miles de aficionados que fueron dueños de su destino y de la gloria antes de que las sociedades anónimas deportivas polarizaran todo en un máximo accionista en su mayor parte ajeno por completo a la cultura futbolística.
¿De verdad que nadie puede rescatar algo o mucho de su espíritu original? No lo creo. Desde luego será imposible con estas fórmulas bumerán, con estos protagonistas de toda la vida cuyo único propósito es conservar sus imperios promocionando el inmovilismo. El fútbol se transformó hace décadas en un negocio (ahora mal negocio que se intenta disimular) y ni interesa ni conviene que dé marcha atrás. El problema principal reside en las manos en que caiga su gestión y en la complicidad necesaria de las instituciones públicas sin desatender otras obligaciones ciudadanas. A los directivos que han labrado el vacío se ha unido una clase política timorata, miope, empecinada en que su éxito consiste en el fracaso del otro. Las zancadillas –los millones dilapidados en proyectos del campo– y las falsas promesas con la construcción de una nueva Romareda ejemplarizan como nada esos complejos que atizan los desencuentros más allá del ideario. La modernidad en el consistorio, por lo general, ha consistido en salir en la foto o velarla si algún intruso quiere colarse en ella. Con la pandemia, la posibilidad de atender la reclamación del deporte profesional, sus necesidades y también su impacto económico positivo para el tejido comercial de toda la comunidad, se ha disipado aún más.
Tienen que existir un método –otros lo han logrado– para que el Real Zaragoza recupere aquel perfume a folk, a patria de corazones limpios que quieren ver ganar a su equipo y luchar de nuevo por un título que celebrar en la plaza del Pilar. Ahora mismo parece un objetivo de cursi romanticismo, pero la eventualidad envió ayer un mensaje cuando tres jugadores de la casa fueron reclamados por la selección sub 21. Tres chicos que son titulares por el buen trabajo que se ha hecho con muy poco dinero y una cantidad ingente de cualificación y sabiduría durante décadas en la Ciudad Deportiva. Quizás haya que mirar en esa dirección no solo como vía complementaria, para generar riqueza deportiva y económica con un plan modesto pero articulado hacia un futuro con una deuda reducida y, por supuesto, unos políticos de mente abierta y una propiedad centralizada en un negocio compartido y no solo unilateral, en un club que tenga razones para sentirse orgulloso por pertenencia e historia y dispuesto de verdad para regresar a la élite. Termino de escribir creyendo en ese Real Zaragoza sin mercenarios mientras Neil Youg canta Old man: «I need someone to love me the whole day through (Necesito alguien que me quiera durante todo el día»).