Francho y Esnáider, unidos por una celebración

Nadie entendía muy bien el porqué Juan Eduardo Esnáider pedía a todos sus compañeros que ni se acercaran a felicitarle mientras corría poseído por el césped del Parque de los Príncipes. Acababa de marcar uno de los goles más bellos en la historia de la finales continentales, el primero del encuentro contra el Arsenal, un latigazo con la zurda desde fuera del área que dejó a Seaman como una estatua de sal. Era un gol muy suyo, extraído del pozo de la genialidad, una bola de fuego. Su mirada se perdió, o eso parecía, en algún lugar del delirio, y con el brazo y la mano extendidas prohibió durante algunos segundos que se hicieron eternos que nadie interrumpiera ese festejo íntimo. El delantero explicó que su gesto carecía de soberbia alguna, que solo pretendía observar cómo ardía la afición de felicidad y que por eso solicitó intimidad en la escenificación.

En el partido contra el Castellón, Francho Serrano firmó una diana espectacular por la escuadra y de inmediato aceleró hacia el mismo planeta que Esnáider había descubierto 26 años antes. El canterano, hechizado por la alegría, mostró la palma de su mano como muro hacia quien pretendiera abrazarle e inició aquella misma galopada de Gardel en París. Dos imágenes en una, fundidas quizás por el ADN del Real Zaragoza.

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