Gabi Fernández se suma al naufragio de los entrenadores

La situación límite del Real Zaragoza tiene un gran protagonista en la propiedad y tres colaboradores principales en los técnicos elegidos para cada episodio, el madrileño víctima de la herencia anterior y de una manifiesta inexperiencia

Lo que está haciendo Gabi Fernández con el equipo refleja fielmente la inexperiencia de un entrenador que en lugar de implementar la estabilidad para compensar el enorme déficit de calidad de la plantilla está fomentando un caos interno en el vestuario con sus constantes cambios posicionales y con la apuesta por futbolistas que no han aportado nada al equipo durante todo el curso. El técnico madrileño vino bendecido por su pasado como jugador zaragocista y favorecido por la creciente tensión social y observó a las primeras de cambio lo que era evidente para cualquiera. Sus primeras decisiones se refugiaban en la lógica para cicatrizar en lo posible la ingente herida defensiva. En El Sardinero, en su segundo partido, expuso el que se entendía como su manifiesto: cuatro pivotes en la medular para blindar a un Real Zaragoza ya condenado a la salvación. Pese a la derrota, condicionada en parte por la expulsión de Calero y por fallos individuales, su idea fue aplaudida y bien acogida. Pero de la noche a la mañana, de ultratumba recuperó a Adu Ares y a Aketxe, y se le ocurrió poner a Francho de lateral. La victoria ante el Mirandés no tuvo que ver nada con estas modificaciones, que chirriaron en todo momento, pero el resultado le animó a repetir y entró en una espiral de cambios de posiciones y baile de titularidades en defensa y en ataque que han llevado al conjunto aragonés a la lastimosa casilla de salida antes de que fuera el elegido para pilotar la permanencia.

Con esa querencia por aportar algo más, muy propia del principiante que busca ser reconocido por unas capacidades de las que todavía carece y sólo se las otorgará el tiempo de la profesionalidad, ha compuesto una sinfonía de la confusión. El Real Zaragoza juega igual de mal que siempre y sufre, además, las vacilaciones o rectificaciones en el once de su entrenador. Cuando más necesario era reconstruir un grupo reconocible en la continuidad y la homogeneidad para camuflar una plantilla carente de liderazgo, personalidad y fútbol y darle la confianza que solicitan las comunidades en crisis, Gabi la ha sumergido en un pantano infestado de caimanes. Si se produce la salvación, no será por su trabajo, sino por un calendario que en teoría presenta dos rivales accesibles incluso en esta tesitura de máxima fragilidad y porque al Eldense no le dé por sumar victorias en lugares imprevisibles. Ni era su momento para semejante empresa ni su nombre ni aval los adecuados para este escenario tan delicado, pero en este club las decisiones se toman muy a la ligera, ausentes todas ellas de un criterio chabacano. Que pueda ser premiado con una continuidad de dos temporadas en el caso de seguir en Segunda, indica cuál es el pelaje del proyecto deportivo de cara al futuro.

A Gabi se le están perdonando muchas cosas. La afición, y el entorno, así lo han acordado por no hacer leña del árbol caído en plena hoguera. Por muy aturdido que esté, que lo está, la herencia recibida tampoco le ha beneficiado. Ramírez, que al principio también dio señales de sensatez con los tres centrales que probó en Elche –experimento muy solvente pese a caer en el tiempo de descuento–, sufrió de su poco recorrido en este mundo donde la veteranía es un grado. En cuanto le pudo la presión –abrumadora e injusta por venir a quien venía a relevar–, plegó velas cuando el triunfo en Málaga empezó a quedar muy atrás y los marcadores le dieron la espalda. Femenías fue su novedad más relevante, y por ahí comenzaron a aparecer también Ares y Aketxe y un cambio de sistema más del gusto del público hasta que el Eldense le puso en su sitio de entrenador sin temperamento con un 2-4 devastador. En el epicentro de esta agonía, sin duda, luce la gestión de la propiedad, que nunca tuvo la intención de armar un equipo con garantías de pujar por el ascenso. En ello colaboraron Juan Carlos Cordero y Víctor Fernández, el primero por sumisión y el segundo por creer que su apagada figura de leyenda alumbraría por sí sola una mentira que consintió y de la que se desmarcó con una cobardía disfrazada de honestidad. El Real Zaragoza, en definitiva, es un cúmulo de despropósitos con el naufragio de los entrenadores como capítulo principal de sus desgracias.

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