Los aficionados que a día de hoy tienen entre 16 y 24 años pertenecen a la Generación Fundación, que se hizo cargo del Real Zaragoza en 2014 para cumplir, por ahora, ocho temporadas consecutivas en Segunda División. El rasgo principal de este sector de la hinchada que empezó a tener contacto con el club con 7 años y el de los que contaban con 15 años, justo después del último descenso, es que apenas tiene recuerdos del equipo en Primera División; en el caso de los últimos, la huella de un conjunto en pleno proceso de devastación que se agarraba de mala manera a la élite de fútbol español.
Nuevo cursos en Segunda no solo han dañado a la institución deportiva, financiera y socialmente, sino que han generado un perfil de seguidores ajenos a cualquier emoción que no sea disputar de vez en cuando un playoff o sufrir por mantener la categoría. El sentimiento de pertenencia se conserva en la misma medida que se ha reducido el nivel de exigencia. Por convicción o por el hermetismo intrínseco a las SAD, de propietarios que con un pésimo criterio gestionan este tipo de empresas con escasa consideración hacia su gente. La pandemia tampoco ha colaborado, pero no es excusa.
La herencia de la Fundación (sumada a la que dejó Agapito Iglesias) presenta a una gran parte de la afición con recuerdos prestados de épocas gloriosas, mientras el resto sostiene con nostalgia una llama cada vez más apagada de poder repetir momentos épicos. La actual propiedad está tan centrada en una economía de guerra perdida o en salir de ella con algún tipo de beneficio que ha dejado pasar por alto que sobre todo es dueña de ese vacío, de una generación cuya historia amenaza con ser pasajera fiel pese a todo de un club cuya directiva les despoja cada temporada de un futuro con todos los mejores ingredientes del pasado. Niños, adolescentes y jóvenes atrapados en una administración desligada de ellos.
