Es posible que nos hayamos acomodado a la realidad que paulatinamente nos engulle. Ser mansos, dóciles y obedientes hace que la vida sea más fácil y que no tengamos que sufrir por expectativas no cumplidas. A todo nos acostumbramos y formamos parte de un enorme rebaño que, solamente en ocasiones, se revuelve contra los perros que guían a ovejas de todas las generaciones. Enseguida llega el pastor y reconduce a los carneros con su bastón de apoyo aunque le cueste alguna embestida de los más bravos. Nietzsche sostenía que las personas que adoptan la filosofía del rebaño se convierten en seres sin voluntad propia que simplemente siguen a la multitud en lugar de tomar decisiones por sí mismos. ¿Son así los seguidores del Real Zaragoza? ¿Es algo inevitable después de un cuarto de siglo con tres descensos?
El partido disputado el lunes en Elda rompió las ilusiones de muchos aficionados blanquillos que esperaban una reacción traducida en puntos. Después de un mes sin fútbol, con la recuperación de algunos jugadores y la «pretemporada» de cara a la segunda vuelta, daba la impresión de que se conseguiría un modelo balompédico además de una serie de rutinas con el balón para ser más eficaces en el ataque. Pero si dejamos al margen a Edgar Badía, Fran Gámez y Maikel Mesa, ninguno expresó su voluntad de mejora y mucho menos los jugadores que salieron desde el banquillo. Julio Velázquez se vio superado por los acontecimientos sin expresarse con coherencia después de un empate que supo a derrota.
Desde mañana todo puede cambiar, a mejor o a peor, porque la Romareda ya no es un lugar que ofrezca la garantía de una victoria segura como estamos comprobando las últimas temporadas. Estos jugadores, el cuerpo técnico, tampoco saben el cambio que puede dar el público si la inquietud se vuelve preocupación y ésta se convierte en cólera. En mi opinión hay que ser más combativos sobre el terreno de juego y no tan predecibles en los planteamientos. Que ya vale la anguila…