No se ha disputado la jornada 35, vital para ambos, y la 36 empieza a asomar por el horizonte en ese objetivo utópico que comparten hermanados por la máxima necesidad, por la remota ilusión de pujar por la sexta plaza, por el playoff. El Huesca juega este domingo a las dos de la tarde en Fuenlabrada, y el Real Zaragoza recibe dos horas más tarde, a las cuatro, al Girona. De lo que hagan en sus respectivos encuentros dependerá mucho en qué estado de ánimo y clasificatorio se presentarán el 17 de abril en El Alcoraz. Ahora mismo, los azulgrana llevan un punto más –45 por 44 de los blanquillos–. Salvo que se produzca una doble derrota, el derbi o duelo regional se revestirá como la última frontera de los sueños para uno u otro. Quizás para los dos, que se resisten a rendirse a un destino nada brillante que han ido labrando a lo largo de toda la temporada. En cualquier caso, el partido se disputará en los fogones del infierno bien por rivalidad bien en la búsqueda de una razón más para seguir creyendo en el milagro.
Si de esta fecha salieran victoriosos, la semana será larga y caliente mientras llega, paradojas, el Domingo de Resurrección. A la espera de los marcadores del Fernando Torres y de La Romareda, esa cita de la próxima semana hará que confluyan dos club en sus respectivas derivas, apurando el último sorbo de venenos distintos pero de procedencia similar: nefastas planificaciones en las que las estratosféricas diferencias de límites salariales –19,7 millones el Huesca y 5,7 más 1,5 de CVC del Real Zaragoza–, no han establecido distancias deportivas. El equipo altoaragonés se mostró nada atinado en la elección de entrenador, un Nacho Ambriz fuera de su ecosistema y a quien no le cumplieron algunas promesas en refuerzos, y moroso en verano con las necesidades de la plantilla. El conjunto zaragocista se quedó varado en una compraventa que limitó sus operaciones.
En una fría comparación, el Huesca sale mucho peor parado porque pujaba por estar como mínimo entre los seis primeros, para lo que destituyó al técnico mexicano, fichó a Xisco y armó el vestuario con buenos jugadores de los que alguno no ha dado la talla esperada con Alcorcón como reflejo del desastre. Mientras, el Real Zaragoza está a un paso de firmar la salvación con el tubo de la pomada tímidamente abierto. En tierra de nadie en realidad, los clubes quieren llegar a ese batalla blandiendo espadas, con sus directores deportivo en entredicho, el caso Nwakali quemando en los despachos de El Alcoraz y la inquietud en La Romareda por el aterrizaje de la nueva propiedad.
Sus trayectorias se cruzará en el camino de la irregularidad, de bloques que defienden correctamente pero generan muy poco en ataque. Con un Real Zaragoza más temible en los desplazamientos que el Huesca en casa. Los altoaragoneses pisaron la segunda y primera posición en las dos primeras jornadas y se fueron deslizando hacia el abismo por su inconsistencia defensiva hasta que alambró su portería sin flexibilizar su propuesta ofensiva. La escuadra de Juan Ignacio Martínez se enrocó en los empates para entrar en territorio de descenso y se elevó por encima de las previsiones con dos tacadas consecutivas de triunfos. Pero ahí están, sin una identidad reconocible, trenzando posiciones en la tabla por la parte media-baja.
Pendientes de lo que suceda esta jornada, para El Alcoraz queda la duda de si encargar un ataúd o dos en cuanto a esas aspiraciones de remontar hacia la promoción. En un principio, el Real Zaragoza llegará a ese apasionado derbi con bastante menos responsabilidad frente a un Huesca muy tenso. A diez días del enfrentamiento, se escuchan nítidos los tambores del infierno más o menos descafeinado, pero con el diablo esperando para cobrarse una o dos almas en pena.