JIM, la reencarnación de Robinson Crusoe

Juan Ignacio Martínez se puso ante los micrófonos en su primera rueda de prensa de la temporada. Mañana es viernes de debut y hay que transmitir sensaciones, descubrir al rival y enviar mensajes proféticos si fuera necesario –«el dinero no lo es todo»– para construir la mejor atmósfera posible para un partido que, según prevén los termómetros, bien podría jugarse a hora punta en el Gobi. Entre su amplia comparecencia, no le ha quedado más remedio que revestir los tópicos de siempre con su habitual y generoso entusiasmo. «Pido un compromiso brutal a los jugadores», ha sido seguramente el pilar del resto de solicitudes para derrotar al Ibiza «y darnos un buen sorbo al final, aunque sea muy tarde». JIM, sin la menor duda literaria, es la reencarnación de Robinson Crusoe. Al personaje le añade una sobredosis de optimismo y de superación que quiere transmitir a una afición tan náufraga como el entrenador.

El técnico alicantino vive por condena en una isla y es consciente de ello aunque no lo reconozca públicamente. De vez en cuando recibe la visita de Miguel Torrecilla para suministrarle víveres en forma de fichajes: ni los suficientes, ni los preferentes y todos con el beneficio de la duda y la sospecha a partes iguales en el prospecto. «Aquí el que viene lo hace por la marca del Real Zaragoza, porque quiere venir, y solo queremos a esos jugadores». La realidad es otra. Hay un límite salarial para lo justo y la esperanza popular de que con casi la misma plantilla de la temporada pasada consiga un nuevo milagro, en esta ocasión meterse entre los mejores al final del curso. La improbabilidad es alta por mucho que se apele a una competición larga y no siempre con premios seguros para los presupuestos más altos. Pero JIM va a intentar hacer fuego con palos, pescar peces en las rocas y que se multipliquen. En ese sentido, es una maravillosa compañía para este viaje por una selva profunda y arriesgada por la que va a intentar conducir a sus jugadores, por otra parte también con pasaporte hacia la soledad.

Los máximos accionistas, solo pendientes de una compraventa sin firma ni fondos, han desertado. Sólo han dejado al frente a Christian Lapetra, un presidente de plexiglas, uno de los termoplásticos más resistentes del mercado de la docilidad. Lo que diga importa un comino. En la Ofrenda de Flores, un ritual al que un directivo del Real Zaragoza que se considere como tal ha de acudir así le estén dando la extremaunción, los actuales propietarios se ausentaron por primera vez en un gesto de cobardía y desconsideración sin precedentes en este acto. Jorge Azcón, el alcalde, también estuvo a la altura demostrando lo que le importan los dueños del club que tanto apostaron por su candidatura al ausentarse de la ceremonia de recepción al equipo en el ayuntamiento. El conjunto aragonés va a salir a jugar mañana a las 22.00 horas, en coche cerrada, con tan sólo el apoyo de los abonados inscritos para la ocasión, por debajo del 40% del aforo, cantidad máxima admitida por mandato gubernamental. «El Ibiza es un buen equipo que gusta del balón y tiene un entrenador (Juan Carlos Carcedo) con mucho experiencia internacional».

La diferencia entre JIM y todos los miembros de la Fundación subyace en la educación vital. El alicantino ha luchado toda su vida por hacerse un lugar en la vida, en el fútbol. En parajes complicados, en otros más amables y como inmigrante en busca de un salario por tierras chinas y árabes. Los salvadores, la mayoría, han llegado a sus posiciones con jamón del caro en la mochila, con herencias y privilegios familiares que transportan con una actitud soberbia e interesada, desde luego en nada coincidente con la sensibilidad ya la profesionalidad que exige un club de fútbol, el Real Zaragoza. Juan Ignacio Martínez, frente a esta tesitura, se ha convertido en una especie de mesías para la descreída afición –«es nuestra vitamina»–, que ha depositado toda su fe en sus palabras, en su sonrisa, en su inquebrantable seguridad de que tendrá «un equipo muy competitivo para estar en la pomada». Robinson Crusoe le envidiaría.

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