La decisión que tome Raúl Sanllehí en cuanto al futuro inmediato del director deportivo, Miguel Torrecilla, y del entrenador, Juan Ignacio Martínez, va ofrecer la primera gran pista de cuál es la dimensión auténtica que el grupo inversor estadounidense que encabeza Jorge Mas quiere dar al club aragonés del que ya es accionista mayoritario. Ambos finalizan sus contratos el próximo 30 de junio con una cláusula de continuidad en el caso de que el equipo ingrese en el playoff y ya han tenido una primera toma de contacto con el director general aún en funciones. El aumento del techo salarial, sobre el que se especula que ascenderá casi al doble del actual y que rondaría los 10 millones de euros, es el asunto prioritario pese a que la cantidad no suponga un impulso con suficiente músculo como para que el Real Zaragoza salga la próxima temporada entre los primeros puestos de la parrilla. Aun con todo, ese salto de posibilidades económicas se antoja primordial para vislumbrar una apuesta sincera hacia un porvenir mucho más competitivo.
La cuestión es si JIM y Torrecilla tendrían un lugar en este hipotético paraíso comparado con la pobreza financiera e imaginativa de los últimos ejercicios. Cuando se producen este tipo de reconstrucciones, los cargos de esta importancia deportiva, por lo general y por lógica de empresa, suelen entregarse a personal de absoluta confianza con los que se busca complicidad en el ideario y con un plantilla que emprenderá aventuras más ambiciosas. En el caso del técnico, cuya leyenda ha alimentado él mismo para bien y para mal en escenarios de máxima dificultad, se produce una fracción en cuanto a los méritos que ha acumulado, que no son pocos, y su capacidad para liderar un vestuario de muy distinta composición. El entrenador alicantino no ha podido probarse con un equipo con cierto lustre –como así esperaba el pasado verano–, pero las simpatías que se ha ganado por su encomiable trabajo no son aval suficiente para entregar de nuevo la capitanía a un profesional que ha encajado en un tiempo y en un lugar muy concretos, donde ha sabido expresarse de maravilla y a veces con gasolina en algunas decisiones para salvar los muebles del incendio.
Si el cambio en el banquillo dejaría algún nostálgico, en la dirección deportiva sucedería todo lo contrario. Miguel Torrecilla cuenta con pocos fieles pese a que siga aferrado al tubo de una pomada irreal. También se ha desenvuelto con muchísimas limitaciones, pero la diferencia entre su desempeño y el de su amigo JIM es abismal. Le cogió a contrapié el mercado de invierno y se equivocó con Álex Alegría, mientras que en su segunda oportunidad, ya en plaza de mando en los despachos, confeccionó una plantilla sin gol una vez más, con fichajes y cesiones que en la mayoría de los casos no han dado la talla. A la tercera no fue la vencida pese al acierto de Grau tras una limpieza centrocampista tan necesaria como desproporcionada en la salida de Eguaras aunque de por medio hubiera tensiones extradeportivas. Se volvió a lucir con un nuevo delantero sin historial goleador y con 30 años, Sabin Merino, ante el que claudicó con un contrato inadmisible de tres temporadas más la actual. No debería tener la menor cabida, además no cuadra lo mas mínimo con un Raúl Sanllehí con unas capacidades negociadoras a años luz del ejecutivo salmantino.
El yate de Jorge Más está a punto de zarpar sin haberse definido la tripulación. No hay la menor duda de que el organigrama directivo se remodelará sin pasión ni compasión porque este es otro negocio bien distinto al del amiguismo y la naftalina en los viejos y escondidos armarios del siglo pasado. En cuanto al área deportiva, y supeditado a ese crecimiento de tesorería para invertirlo en la plantilla, JIM y Torrecilla han consumido un ciclo que dejará un buen recuerdo del entrenador por haber sido uno de los que más ha ayudado, con dos permanencias, a que la venta sea un hecho.
Yo echo de menos algo de zaragocismo… Ya que ni los propietarios ni el director general han sido zaragocistas, me gustaría que el director deportivo o el entrenador tengan sangre zaragocista.