Jorge Mas contra los peligrosos residuos del pasado

Con el grupo inversor americano asomando la quilla de su embarcación por el futuro inminente del Real Zaragoza, con demasiada niebla marina sin depejar todavía la eslora inversionista real del capital que traen a bordo, en ningún caso tesoros caribeños, se empieza a instalar la sospecha de que el cambio de propiedad podría tener alguna arista continuista o la tentación de recuperar peligrosos residuos del pasado. La institución necesita que entre sin piedad la excavadora de Jorge Mas, que el magnate y sus socios ejecuten una completa labor de desinfección administrativa y deportiva de un equipo infestado desde hace décadas de funcionarios serviles a sí mismos que lo han conducido a la multiplicación de su ruina. También que levanten un muro para impedir el paso de meritorios ahora externos que, sin duda, se postularán para ingresar en la medida de lo posible donde ya tuvieron o quieren tener una fuente con la que alimentar sus bolsillos y sus egos. Raúl Sanllehí, el hombre elegido para asesorar y poner la base del nuevo edificio, deberá disponer de filtros muy limpios en esta macrooperación para reestructurar una entidad que ya no está para ser guarida de vividores.

El Real Zaragoza ha llegado a un punto donde que la titularidad sea extranjera le puede servir para que comience a sanar y a sanearse, con un innegociable salto hacia la profesionalidad más rigurosa después de décadas de amateurismo y amiguismos. De la Fundación 2032 no puede quedar ni el apuntador, y resultaría inadmisible cualquier apretón de manos, como se insinúa, con Fernando de Yarza y Juan Forcén, figuras que de seguir a plena luz o entre bastidores mantendrían una atmósfera de tensión irrespirable. Por supuesto, la salida de la punta del iceberg deportivo no admite la mínima misericordia, con el director general, Luis Carlos Cuartero, a la cabeza, y tras su estela Miguel Torrecilla y Juan Ignacio Martínez, a fin de cuentas asalariados y colaboradores del antiguo régimen y de métodos trasnochados. Sí es cierto que en el proyecto más o menos ambicioso que se plantee, como en todo territorio que se conquista a golpe de talonario y asunción de la deuda, conviene introducir, además de material humano muy cualificado para el negocio, algún elemento que conozca la idiosincrasia del club, que sepa gestionar los sentimientos que genera este deporte y en concreto un gigante como el Real Zaragoza. En este sentido también habría que ser meticuloso en la elección, desechando por completo la grandilocuencia de los nombres y haciendo prevalecer valores como la honestidad, el compromiso y una visión futurista.

La urgencia de hacer una plantilla más competitiva aumentando el límite salarial es prioritario, pero en una renovación de tal calado, la selección de los responsables de la restauración no resulta un ejercicio menor. El día a día, la relación con los aficionados y abonados, la comunicación fluida y la exposición del club como patrimonio propio que se abraza y se deja abrazar en todos los rincones de Aragón o allí donde habite un zaragocista, son aspectos que hay que cuidar con idéntico mínimo y sensibilidad. Con puntualidad y sinceridad. Lo único que merece conservarse de este parque jurásico, como ya habrán comprobado los compradores porque será uno de los ejes de su planteamiento, es la cantera y al grueso de profesionales que la configuran. La Ciudad Deportiva compite desde siempre, sin medios y sin cariño institucional, contra gigantes del sector. El fútbol base masculino, femenino y el primordial papel social de la Liga Genuine exigen un impulso enorme en infraestructuras y en personal que premie su en nada silenciosa aportación a la supervivencia del club. El ascenso tan añorado necesita como lanzadera el dinero, sin duda, pero tanto o más una higienización que abra las puertas a la modernidad y se las cierre a los tyrannosaurus rex y su cohorte de fósiles que en algún momento puedan llamar con seductor puño involutivo.

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