El Real Zaragoza está superpoblado de futbolistas de una conducción lenta y larga que convierten el balón en una circular en blanco antes de amenazar el área rival. Se ha metido en un buzón sin fondo del que sólo puede ser salir en campo contrario
La velocidad de piernas es fundamental en el fútbol, pero tiene que ir muy bien escoltada por la presteza mental. No se entiende por separado. El Real Zaragoza cuenta con futbolistas de buena zancada como Gámez, Mouriño, Francho, Valera, Francés, Jair, Mollejo y ahora Liso. Salvo el central zaragozano con sus estupendas diagonales, el lateral en el ostracismo pese a ser el mejor asistente y lo poco que se ha visto del extremo juvenil, la visión innovadora del juego luce por su ausencia en este grupo. Sobra la buena voluntad y falta a puñados un pase que desconcierte al rival y facilite la vida a los delanteros, por otra parte fiel reflejo de un equipo cuyo esqueleto es una pieza de hormigón. La superpoblación de futbolistas de lenta y larga conducción, de carteros que convierten sus recorridos en previsibles rutas hacia ninguna parte, hacen del Real Zaragoza un equipo amorfo, de nula profundidad y sencilla desconexión en cuanto se aproxima al área. La sociedad imposible Moya-Aguado, Lluís López, Grau, Mesa, Bakis, Azón, Zedadka, Manu Vallejo o Sergi Enrich carecen de cualidades específicas para la transición a toda máquina y para la sorpresa en espacios cortos. Tampoco brilla el desborde individual. Así, se abusa del pase de seguridad, de la horizontalidad o del lanzamiento de cohetes sin control de navegación. Primero el rombo, después los cinco defensas con carrileros de mecha corta y, en estos momentos, el romanticismo de versos inconexos de Víctor Fernández.
No se va a por los partidos porque son una muralla primero en el orden del adversario, casi siempre con mejores conceptos por la naturaleza de sus jugadores y por el trabajo en el desarrollo de las virtudes sean muchas o pocas, y por la incapacidad para asaltar un número considerable de complejos más allá de la medular del campo. Por fuera los trenes descarrilan al salir de la estación, y nadie mejor que el actual Valera para demostrarlo, y por dentro se baila un sucedáneo de minué de recargado barroquismo sin adorno alguno que no sean las llegadas con cuentagotas de Mesa, de vez en cuando las estampidas de Francho. El Real Zaragoza sólo tiene un camino, con poco asfalto creativo por las características de la plantilla pero de obligado itinerario, para salir en la medida de lo posible de una dinámica plana y cada jornada más peligrosa: que la presión se lleve el mayor tiempo posible a campo contrario y que la circulación del esférico adquiera una rapidez muy superior tras el robo. Tiene este plan mucho de suicida y simple, sin embargo la espera monótona y cobarde para que las mariposas pasen de hombro en hombro entre defensores y pivotes es un seguro de ineficacia, sufrimiento sin goles y el empate como gran conquista. El Real Zaragoza necesita un sello más audaz si no en el juego al menos en la actitud y menos carteros del tedio en el buzón sin fondo donde se ha metido.
No puede ser más preciso su análisis del equipo. Pero es más que eso. Es una joya literaria.
Excelente descripción del «equipo», entre comillas, sí. Esto ni es un equipo ni de cerca. Supongo que me repito. ¿Cuánto hace que no tenemos centrocampistas como Planas, García Castany, Barbas, Señor, Aragón, Poyet, José Ignacio, Acuña, Celades…? Es horrible ver jugar hace años al Real Zaragoza.