La cabeza de Dios

El fútbol tiene sus duendes, sus espíritus, sus divinidades incluso en un partido como el del Anxo Carro, epicentro del infierno donde dos equipos de fútbol expulsados del paraíso reñían por las miserias. El Lugo impuso su altura para adelantarse en un par de saques de esquina y el Real Zaragoza se agarró primero a Azón, que sacrificó su cabeza para conseguir un penalti, y después a la cabeza de Dios, Cristian Álvarez, su portero. El argentino se sumó al remate en la última jugada del partido y marcó para evitar una derrota que hubiera devuelto a su equipo al peor de los escenarios. En un conjunto tan humano, tan terrenal, el arquero argentino se ha hecho con la exclusividad de los milagros. Hasta esta jornada, sus fantásticas intervenciones desde que fichara hace cuatro temporadas habían tenido como dominio su portería. Un rosario de registros impresionantes, con una gama riquísima de reflejos y de duelos al sol que congelaba frente a todo tipo de delanteros. Anoche decidió convertirse en leyenda definitiva dejando su huella en el planeta que ve siempre desde le balcón de su casa. Subió a la nave de la locura, se presentó en la órbita de Varo y encontró la vida que se le iba al Real Zaragoza.

El primer guardameta en la historia del club que anota de jugada. Su gol trasciende lo anecdótico, lo excepcional, lo extraordinario, adjetivos demasiado discretos para lo que merece su figura y el resultado, algo que no puede quedarse en segundo plano. La repercusión de todo lo que sucede Segunda tiene el volumen más bajo, pero su acción va dar la vuelta al mundo sin que Cristian, seguro, se adjudique la menor importancia. Él eligió y fue el elegido para protagonizar una acción infrecuente en este deporte. Lo realmente significativo, lo que quedará en el albarán zaragocista más allá de la imagen de un tipo cabeceando con guantes en las manos en el área contraria, será la suma del punto, un tesoro rescatado de la derrota que se había ganado a pulso un conjunto aragonés acongojado, mal dispuesto para la batalla y pecando de prudencia frente a un enemigo con el ánimo de un condenado a la silla eléctrica a hora y media de su ejecución. Pero el que recorrió la milla verde fue el Real Zaragoza, con Francho muy lejos de su campo de acción, sin nadie capaz de producir algo más que un córner o una falta. Con Zapater colgando la colada una y otra vez para que la secaran los centrales del Lugo o Barreiro, quien además de firmar un gol de contundente resolución aérea ejerció como el mejor de los defensas.

Azón estrenó titularidad con JIM. «Se lo merecía», dijo el técnico en los prolegómenos del encuentro. El ariete, sin embargo, tuvo que sufrir idénticas inclemencias que El Toro, Alegría y Vuckic: jugar solo. El canterano padeció esa orfandad y, por momentos, su enérgica interpretación del juego fue muy desordenada. Aceleraba cuando tenía que frenar y viceversa. Sin embargo, no ceja de pelear y desde ese corazón todavía por pulir para que lata con el ritmo adecuado, brotó el empate: buscó un globo a riesgo de que Varo le volara la cabeza y lo hizo. El portero le sacudió con las dos manos y el colegiado señaló el penalti transformado, muy bien por cierto, por Adrián en una de sus especialidades. Se sucedieron ocasiones, una de ellas sacada por Venancio bajo el larguero, pero el Real Zaragoza se olvidó del central en el enésimo saque de esquina y recibió el 2-1.

Había comentado Cristian durante la semana que este partido había que disputarlo con hambre. Ni JIM ni sus jugadores parecían tener el apetito suficiente pese a lo que había en juego y solo a cuatro minutos del final les salió la vena carnívora aunque hincándole el diente al aire. Cuando se consumía el oxígeno en el cráter de los desesperados y el futuro zaragocista se ponía morado, el portero apareció en su aeronave con una bombona de oxígeno y salvó a la tripulación con ese gol extraterrestre. Aunque no haya nadie más desapegado de los misterios, fue la cabeza de Dios.

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