El centrocampista extremeño, fichado como piedra angular de la creación del equipo, desempeña una función anodina y ha sacado de su espacio natural al canterano, desorientado en una labor gris que le ha llevado a jugar incluso de lateral izquierdo
El fichaje de Toni Moya parecía enriquecer al centro del campo con un futbolista con diferentes registros y cierta personalidad. Formado en el Atlético de Madrid y curtido como cedido al Alavés, donde jugó en la élite en su primer año y tuvo relevancia la pasada temporada en el regreso a Primera del conjunto vasco con tres goles y cuatro asistencias, hizo que Juan Carlos Cordero, quien había elegido en principio a Aleix Febas, apostara por el extremeño en el mercado de verano: llegó con la carta de libertad y se le extendió un contrato hasta 2025. Moya, sin embargo, está resultando una gran decepción, con un rendimiento muy por debajo de lo esperado. Julio Velázquez le ha recuperado para la causa desde el encuentro frente al Leganés después del castigo de Fran Escribá, que le tuvo siete jornadas consecutivas en la banqueta, tres de ellas sin participar un solo minuto. El futbolista, sin embargo, sigue sin aportar la sustancia que se le presumía, lejos de los perfiles que le anunciaban como organizador, último pasador, potente lanzador de segunda línea y especialista en el balón parado.
El nuevo entrenador le otorgó su absoluta confianza después del desastre del Carlos Belmonte y subió su tono de participación, amparado por una calidad técnica que en pocas ocasiones va acompañada de regularidad. En la etapa de Escribá, Moya formó primero en uno de los vértices del rombo, donde con Aguado, Francho y Mesa el equipo brindó posiblemente los mejores minutos de la temporada, al menos con el respaldo de resultados que se contaban por victorias. Trasladado al doble pivote por la lesión de Francho, desentonó con Aguado, a quien le privó de la pelota, de los espacios y de la función que administrador que correspondía a su compañero, con un traslado muy horizontal del balón. Tampoco cuajó con Grau en ese papel de coordinador ya en el ojo del huracán de la primera crisis que se le llevó por delante con el triste paréntesis de la eliminación de Copa frente al Atzeneta, donde estuvo en el once. Julio Velázquez le reintegró en la titularidad y ahora ejerce a la derecha de Aguado sin que haya logrado establecer la jerarquía que se le suponía. En los 19 partidos en los que ha intervenido (13 de principio) no ha marcado un solo gol ni ha ofrecido una asistencia. Tampoco ha destacado por su disparo de larga distancia y en defensa no es un futbolista excesivamente generoso.
Comenzada la segunda vuelta, aún se le espera en una zona cada día más vulnerable y con menos capacidad de ruptura por imaginación y llegada a la altura de tres cuartos, sin apenas producción de centros ventajosos para los delanteros y que echa en falta al lesionado Valera, el único con auténtica naturaleza vertical por su cuenta. El modelo de los cinco defensas, forzado por las bajas de Nieto, Lecoeuche, Azón y Bakis, fue todo un éxito breve. Poco a poco se ha ido desvaneciendo y en Elda se chafó por completo. Jair no respondió a ninguna llamada y Moya se puso en modo avión. Si ese dibujo ha perjudicado a alguien, ese es Francho Serrano. Desplazado del eje, que es donde mejor se expresa, y siendo muy útil como primer jugador en saltar a la presión o a la carrera, Velázquez lo ha rebajado a peón de obra por la izquierda del triángulo, una función secundaria que reduce su potencial y los metros que necesita para tirar del equipo por sorpresa. Ese decisión táctica ha repercutido de la peor manera posible en un Real Zaragoza que abarca menos campo. El magnicidio deportivo con el zaragozano alcanza lo ofensivo cuando el entrenador le ha pedido que ejerza de lateral izquierdo al prescindir de uno de los tres centrales. Francho, pese a su enorme voluntad, cumplió ante el Espanyol, pero contra el Eldense perdió toda brújula. No es un futbolista para someterle a desfachateces, y menos teniendo a Borge como una opción más que fiable. Hay que encontrar a Moya lo antes posible y, desde luego, devolver a Francho a lugares y funciones que hagan reconocible a este Real Zaragoza sin personalidades destacadas.