La fiesta eterna que envuelve la construcción de una infraestructura tan urgente como necesaria aplaca el apremio del ascenso del Real Zaragoza, en una lista de espera sin fecha para el regreso a la élite
En las palabras de despedida de Guillem Naranjo tras la decisión del Real Zaragoza de no renovarle el contrato hay un párrafo seguramente inocente, pero que atraviesa sin piedad el corazón de la realidad. Se va orgulloso de «pertenecer a este maravilloso club, con la certeza de haber dado todo de mí mientras vestía los colores del mejor club de Segunda División». El mejor club de Segunda División. No dice de una institución histórica, ni uno de los grandes equipos del fútbol español. El jugador catalán circunscribe su percepción a un tiempo presente que fagocita cualquier pasado venerable en lo mas profundo de un recipiente sin gloria alguna, en una penitenciaria donde el club cumple doce temporadas consecutivas reo de propietarios que, antes y durante esta condena insoportable, han prestado su atención a los beneficios que podían aportarles la construcción de un nuevo campo. El fondo de inversión que abandera estéticamente Jorge Mas lo ha conseguido dentro del clima político perfecto para asegurarse un magnífico negocio que pagarán en su mayor parte los aragoneses, los zaragozanos y los zaragocistas. No es un reproche a su hábil gestión inmobiliaria en una obra tan necesaria como urgente que nadie antes, por diferentes motivos y trabas, supo o pudo poner en marcha.
La eterna y empalagosa fiesta que envuelve el derribo del estadio y la visualización de ese futuro templo aplaca sin embargo el apremio del ascenso del Real Zaragoza, atascado en una lista de espera sin fecha para el regreso a la élite. Aunque el aficionado sueña por enésima vez con que este será el año, en esta ocasión aferrado a la figura de Víctor Fernández y su poesía de la generación de los 90, nada hace prever que la ambición empresarial de la propiedad guarde paralelismo alguno con una fuerte apuesta para acelerar la vuelta a Primera. Las prioridades naturales se han intercambiado mientras el seguidor y el abonado, respondiendo a la campaña de captación y fidelidad con una puntualidad asombrosa, va asumiendo la colonización a medida que reduce su exigencia a la mínima expresión. La nueva Romareda ha logrado imponer su efecto narcótico, un estado en el que Real Zaragoza flota entre ilusiones y esos jardines colgantes de Babilonia que dentro de unos años presidirán las puertas de un maravilloso estadio donde, muy probablemente, siga siendo el mejor club de Segunda División.
Me repito en este mensaje: me cuesta pensar en un ascenso inmediato a 1á para jugar hasta 2028 en campo portátil. Esta multipropiedad que padecemos le interesa el ascenso sobre esa fecha, 2027-28. Ojalá me equivoque.
Si sobrevive el club para esa fecha, no anda desencaminado.
Por cierto, ¿tiene que posar el señor de la foto con un chaleco haciendo propaganda de la empresa constructora?