La primera puerta hacia el infierno actual

El Real Zaragoza, tal día como hoy, consumó su descenso en Villarreal en 2002 con un final bochornoso. Fue el preludio de un club condenado, como se ha confirmado con los años,  a deambular entre la ruina y la Segunda división

«Venía mirando el calendario de los siete partidos que nos quedan, y no he encontrado a nadie que nos pueda ganar», dijo Marcos Alonso en su presentación a finales de abril de 2002, con el Real Zaragoza antepenúltimo, en posición de descenso a Segunda. El técnico, con unas muletas, por una inflamación en su tobillo fruto de un ataque de gota se reunió con Aguado, Paco, Acuña y Cuartero, y se puso a trabajar junto con al Profesor Ortega en la transformación táctica sobre todo para los partidos fuera de casa, donde estableció una defensa de tres centrales. Tenía al Milosevic, recuperado de Italia en una maniobra similar pero de resultados muy distintos a la de Esnáider cuando volvió para salvar al equipo dos temporadas antes. Con Marcos Alonso, el serbio tan solo hizo dos goles de penalti.

Por el banquillo habían pasado ya Txetxu Rojo y Luis Costa, destituido tras perder en el Bernabéu 3-1 y visiblemente agotado por el desgaste de su rol de eterno y casi siempre eficaz bombero en situaciones límite. Con siete encuentros por delante, tal día como hoy el Real Zaragoza bajó a Segunda en El Madrigal, aún con una jornada por disputarse. Fue, sin duda, la primera puerta hacia el infierno actual que vive el conjunto aragonés. Dejaba tras de si 26 temporadas consecutivas en Primera con tres Copas y un Recopa y aunque regresó a la élite y sumó dos trofeos más a su vitrina, una Copa memorable ante el Madrid galáctico y un Supercopa frente al Valencia –además de una clasificación para la UEFA al precio más caro de su historia–, comenzó a despedazarse fruto del deseinterés por modernizar la institución de Alfonso Soláns júnior y por el aterrizaje con paracaídas socialista de Agapito Iglesias en cuanto el propietario de Pikolín tuvo la oportunidad de deshacerse de esa pesada herencia que le había dejado su padre. Lo que llegó después, con dos descensos, cuatro cursos de agonías para conservar la categoría y nueve campañas seguidas en Segunda con la que viene, confirman que aquella derrota contra el Villarreal en 2002 era la antesala de una ignominia promovida por personajes de todo pelaje que utilizaron la institución para su propio beneficio y para asuntos nada transparentes.

Después de empatar de forma consecutiva con Valladolid, Las Palmas y Athletic, se sufrió la pirmera derrota en Vitoria. Dolorosa, esperpéntica con el fallecido Esquerdinha buscando el balón fuera del campo mientras se consumían los minutos y la desesperación por su tardanza se hacía insoportable. Lo pero estaba por llegar, directamente relacionado con dos entrenadores aragoneses. El Celta de Víctor Fernández se presentó en el Municipal para ganar con un gol Jesuli, marcador que dejó al Real Zaragoza al borde del abismo para medirse al Villarreal de Víctor Muñoz Villarreal, también en serios problemas. El equipo se concentró en Castellón durante unos días insufribles por la tensión, entrenándose en una instalaciones indignas, preludio de la catástrofe. En el minuto 21, Palermo y Arruabarrena ya había puesto tierra de por medio, reducida la distancia por un infructuoso penalti de Savo Milosevic.

El bochorno cayó de lleno en El Madridgal con una invasión del campo de los aficionados locales para celebrar la permanencia y provocar a los futbolistas del equipo aragonés, desolados por la confirmación del descenso. Se sucedieron peleas a puñetazos, persecuciones callejeras, patadas y una agresión de Milosevic a un fotógrafo del Heraldo. Un final dantesco, vergonzante para el fútbol y que ocupó no pocos noticiarios de sucesos. Días después, Cani debutaba en La Romareda ante el Barça en un partido intrascendente. Le hizo un caño a Reitzeger antes de que el infierno, con los años, se tragara al Real Zaragoza y lo tenga como uno de sus más fieles inquilinos.

 

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