La Real afición del Zaragoza

Una persona me solicitó hace unas semanas que incluyera a la afición en el retrato robot del mejor jugador de la historia del Real Zaragoza, perfil que fue diseñado por los lectores de esta página web a través de una amplia y variada votación. Aunque no seguí su consejo, entendí el mensaje. Era sencillo hacerlo: pretendía otorgar la dimensión que merece a un público cuyo exquisito paladar solo se ve superado por una fidelidad extraordinaria. Hoy me veo en la obligación de atender a ese pedido desde la experiencia y la convivencia durante 31 años con una de las más grandes legiones de simpatizantes de un club de fútbol. La deuda la pago en una doble ventanilla: las de los momentos felices y los trágicos, siempre con la misma moneda, la del respeto, la admiración y el conocimiento de la materia de la que trato. Tres décadas recorriendo profesionalmente todos los estadios de España y no pocos europeos con el equipo aragonés me ofrecen una perspectiva en primera persona y más que aproximada del tamaño del corazón de La Romareda.

¿Por qué ahora este chequeo? Porque después de haber repartido meritorios elogios y flores hacia Juan Ignacio Martínez y la plantilla por la forma en que se ha logrado la permanencia, tengo la sensación (más bien la certeza) de que nos queda pendiente un agradecimiento a quienes como socios, abonados e hinchas van a acompañar al equipo en Segunda por novena temporada consecutiva. No cobran como los consejeros de la Fundación, ni poseen contratos con cláusulas por gol o participaciones. A ese sinvivir deportivo, trufado de falsas promesas, desencanto y ninguneo, la afición del Real Zaragoza, además de con su dinero, ha respondido con la clase, el entusiasmo y la firmeza que sí representa a la historia de la entidad. Desterrados del campo por la crisis sanitaria y maltratados por la falta de sensibilidad de unos dirigentes glaciales, han estado al pie del cañón, baleados además por gente de paso, en gran parte personajes decepcionantes desde los despachos a la hierba. Nada, aun herida, ha reducido su amor a los colores heredados de sus antepasados, de generaciones que han disfrutado y sufrido con el león rugiendo en sus pechos sonrientes o atormentados.

No estoy en absoluto de acuerdo con quienes opinan, que no son pocos y militan en el mismo ejército zaragocista, que los moradores de La Romareda se distinguen en no pocas ocasiones por una crítica cruel, dura, intransigente que acongoja a los futbolistas. Su nivel de exigencia ha sido alto porque son herederos de la leyenda de la que forman parte, y están en su derecho de reclamarla, de querer revivirla… Su altura moral, de compromiso y de apoyo no tiene parangón pese a que bajo la actual dictadura de la SAD hayan sido desplazados fuera del gobierno. He visto arder contra sus equipos a San Mamés, el Villamarín, el Sanchez Pizjuán, Mestalla, el Manzanares, el Bernabéu, el Camp Nou, Anoeta… También el Municipal. Es un fuego compartido por las enormes instituciones que representan, por lo que significan para la sociedad a la que pertenecen. ¿Cómo no ser severo cuando lo que más quieres te traiciona de alguna manera? Para perdonarlo de inmediato, por supuesto.

Entre los brazos del Municipal o allí donde me ha tocado viajar con el Real Zaragoza, si algo me ha impresionado y emocionado es su afición. Puntual con los Magníficos, con los Zaraguayos, con la Recopa y las finales de Copa, pero con idéntico comportamiento en los instantes más dolorosos o complicados. Como es el caso de la actual temporada, por ejemplo, y del crucifijo deportivo que carga desde el último descenso. La promoción contra el Murcia (1991); el tren a Logroño (1998); el tren a Vitoria (2002); el desplazamiento a Villarreal (2002); los viajes a Valencia (2011) y Getafe (2012); el vuelo a Mallorca (2008). Peregrinajes entre la ilusión y el temor al descenso, aventuras con finales frenéticos y triunfantes y dramas sin suficientes lágrimas para describirlos. He sido testigo directo de esos episodios, y en una oportunidad me permitieron relatar ese torrente de emociones desde dentro, compartiendo plaza de autobús de ida y vuelta con la Peña de La Almozara al Ciudad de Valencia. Aquella caravana de esperanzas y sueños no por un título sino por seguir en la élite, me mostró y confirmó el radiante espíritu del zaragocismo, su lealtad, su afecto, su alegría… Su nobleza.

Por eso este modesto homenaje a una afición tolerante y comprometida; a una hinchada que en nada tiene que envidiar a otras; a una familia inflexible contra el invasor pasajero que pretende decirle cómo es, cómo debe comportarse y que cuestiona su derecho incuestionable a exigir lo que le dé la gana. Nadie es más feliz que ella por la salvación, nadie se merece más alabanzas. Nadie es tan crítica en su honestidad. Todos pasan pero ella se transmite de padres a hijos, un vínculo sanguíneo puro, de quien entiende el fútbol como espectáculo total sin olvidar ni un solo segundo que el Real Zaragoza es su casa con tejado de oro o techumbre con las goteras causadas por otros.

One comment on “La Real afición del Zaragoza

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *