Lafita: «Que mi hijo Leo sea zaragocista es un regalo para mí»

Se convirtió en un especialista en eludir descensos. Uno tras otro. Hasta tres. «Éramos muy conscientes de lo que nos estábamos jugando. Nuestro secreto fue que nos juntamos, hicimos una piña», explica Ángel Lafita, quien se siente orgulloso de haber peleado por aquel Real Zaragoza menos radiante que otros, pero que colmó su vida deportiva. 

 

Una familia zaragocista que no cesa, que sigue fiel al margen de los momentos, que se aferra al sentimiento compartido por encima de los resultados. Leo se acerca y muestra a su padre los goles que marcó en el Bernabéu para reanimar a un equipo que a falta de cuatro jornadas se iba a Segunda, y a Ángel se le pone la piel de gallina. Quiere que su hijo viva alguna vez instantes tan emocionantes que, con los años, navegan entre la nostalgia del pasado y el orgullo presente de haberlos protagonizado. «Cuánto más pasa el tiempo más valor le doy a aquel encuentro, a aquellos goles,  a jugar en el Real Zaragoza. Ahora ves muy lejos volver a jugar en el Bernabéu, que Leo, como otros jóvenes generaciones, disfrute con títulos y encuentros memorables aunque sea desde la grada como hice yo de pequeño. Pero estoy seguro de que ocurrirá, de que un día el Real Zaragoza regresará y disfrutará de esos episodios que tanto echamos de menos». Mientras la hierba recupera su esplendor, se siente aliviado de que alguien cuide el jardín. «Que mi hijo Leo sea zaragocista es un regalo para mí».

Ángel Lafita marcó el 0-1 tras un error de Casillas y de Uche, se giró y corrió hacia una de las cámaras de televisión instalada en la banda. Lo tenía muy meditado porque sabía que podía ocurrir, y se plantó allí, frente al objetivo, saludando a alguien al otro lado. «A Leo, que había nacido pocos días antes. Se me despedía así y le hice el mismo gesto». Su doblete en el santuario blanco permitió aplacar el incendio, que no se apagó hasta la victoria en el Ciudad de Valencia frente al Levante, en la última jornada. Porque Lafita, en su segunda etapa en el Real Zaragoza, se convirtió en un especialista en eludir descensos. Uno tras otro. Hasta tres. En la 2009-2010, después de un trienio en el Deportivo donde ofreció su mejor versión liberado de presiones «que yo mismo me imponía y aceptaba por ser de la casa», el acierto pleno en el mercado de invierno con el fichaje de siete jugadores clave evitó la caída. Roberto, Jarosik, Contini, Eliseu, Edmilson, Colunga y Suazo empuñaron el equipo y lideraron una permanencia sellada en la penúltima jornada pese a perder en Jerez. En los dos cursos siguientes hubo que aplicarse más, hasta el último día de clase, con la obligación y la tensión de vencer en las visitas al Levante y el Getafe.

Doctorado en el sufrimiento y feliz pese a todo porque lo hizo con su Real Zaragoza, el exjugador explica algunas de las teclas que hay que tocar para superar crisis como aquellas, como la que ahora mismo tiene a la afición con el corazón en un puño por una amenaza más grave, la Segunda B. «La experiencia es un grado en estos casos. En mi época, que era distinta, los que mas experiencia teníamos cogimos el toro por los cuernos y asumimos la responsabilidad. Con la fortuna, claro, de que salió bien. Me gustaba asumir esa presión, no estaba incómodo». Las charlas y las reuniones eran constantes. «Entrenadores, capitanes y directiva estábamos en contacto continuo. Éramos muy conscientes de lo que nos estábamos jugando. En esa lluvia de ideas cada uno aportaba individualmente. Nuestro secreto fue que nos juntamos, hicimos una piña«. Paredes, Gabi, Ander, Edmilson… «Cada uno pusimos lo mejor».

José Aurelio Gay superó el primer macht ball. Luego llegaron dos técnicos con más recorrido en el circuito que se enfrentaron a misiones casi imposibles. «Manolo Jiménez y Javier Aguirre tenían mucha personalidad y la contagiaban. Aguirre era un entrenador que sabía gestionar situaciones de este tipo, y Jiménez era carácter cien por cien. Juan Ignacio Martínez es más del estilo de Jiménez, y creo que lo está haciendo francamente bien«, señala Lafita. «Además está incidiendo en algo con lo que coincido, que consiste en centrarte más en el tema mental que en el físico. Recuperar aquellos que no están es prioritario. Y cuando crees en algo, te suele salir. Como todo en la vida».

La vida o la muerte condujo al Real Zaragoza primero al Ciudad de Valencia, y un año después al Coliseum Alfonso Pérez, en ambos casos dependiendo de sí mismo y acompañado por una marea humana incomparable en número, compromiso y sentido de pertenencia. «Fue precioso. El mayor desplazamiento en Liga de la historia. Recuerdo que mi peña no dejaba de mandarme fotos de todo lo que hacían a lo largo del día. Fue alucinante. Sin esa afición a lo mejor hubiera sido otro cantar». Un público que la pandemia ha exiliado. «Sin duda está siendo un inconveniente que La Romareda esté vacía. Se nota y mucho. Nuestro seguidor ha estado y está siempre, en los buenos y en los malos momentos».

El peligro se ha posado con espíritu carroñero en el destino del equipo. «Pero, de verdad, no lo veo para descender, aunque es cierto que  hace falta la confianza que otorgan un par de buenos resultados seguidos. Cuando lo consigan saldrán al campo más sueltos, más capaces. Convencidos de que pueden vencer a cualquiera». El calendario que viene tras Cartagena y Fuenlabrada, los rivales inmediatos, es para escaladores profesionales. Lafita es consciente de esa dificultad, si bien apunta con la caligrafía redonda que da la veteranía que «en este tramo final de la competición, los que mas necesidad tienen son los que mejores resultados sacan porque la necesidad te hace jugar al límite. Ojalá no lleguemos a ese punto».

Lafita prefiere que los esfuerzos de este Real Zaragoza se concentren más en aunar convencimientos que en localizar cuáles han podido ser las causas de un accidente aún reparable. «Cuando estás en el puesto o cargo que sea, intentas hacerlo lo mejor posible, y siempre con la mejor intención. Nadie tira piedras contra su propio tejado. El equipo empezó mal, se ha metido en una dinámica complicada con gente muy joven y tiene que salir de ella. En el futuro habrá que cambiar el chip y seguir adelante por el único camino que debe plantearse este club, el del ascenso». Ocho temporadas en Segunda y la que viene. «Se hace extraño, pero es lo que hay y de poco sirve lamentarse. Debemos asumir esa realidad como punto de partida de las soluciones»

Ve todos los partidos al lado de Leo, el bebé que hace diez años miraba cómo su padre le hacía gestos de cariño en la pantalla y que hoy rescata de la memoria familiar aquellos goles de una tarde en el Bernabéu. «En nuestro caso el zaragocismo pasa de padres a hijos. Esta temporada estamos sufriendo, pero yo le digo que todo lo bueno lo volveremos a vivir. Lo volveremos a vivir juntos». El Lince y su cachorro.

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