Keidi Bare, Bazdar, Soberón, Vital, Calero, Aketxe… La renovación de la plantilla ha hecho crecer al Real Zaragoza, pero es la figura del extremo la que concentra la esencia de la mejoría
En cada una de las seis jornadas celebradas hasta el momento ha habido uno o varios protagonistas. En Cádiz y frente al Elche fue Soberón con sus goles a pares y en Cartagena, Pau Sans y Francho firmaron la victoria con sangre aragonesa. Poussin despegó en Miranda, voló en Burgos y planeó contra el Levante. Las asistencias de Calero, las pequeñas perlas que ha dejado Aketxe, la expansión jerárquica de Keidi Bare, la colera de Vital o el primoroso gol del triunfo de Bazdar contra el Levante confirman que el Real Zaragoza ha crecido con la renovación de la plantilla. Su fútbol se ha envalentonado, fruto de un entrenador, Víctor Fernández, que sólo conjuga el verbo ganar en arrebatos de romanticismo o suicidio. Entre la realidad y la ensoñación, así se ha configurado este equipo respondón que, pese a su notable rendimiento inicial, aún flota dentro de una burbuja de promesas por cumplir bajo el juramento del ascenso, un objetivo que exige un rendimiento sostenido de buenos resultados en diez meses a pico y pala. Para mantener ese pulso de regular autoridad, todas las piezas deberán encajar dentro de una estructura madura y competitiva, sin apenas altibajos. Como ahora pero con todos los jugadores en perfecto estado de revista.
La última joya de Bazdar ha ocupado corazones y conversaciones en las últimas horas. Hacía mucho que no se veía a un delantero marcar un gol de esa belleza en La Romareda. Además para tumbar a uno de los grandes de la categoría. Bare, todavía recuperándose, ha sido el más que más elogios ha recogido por su apasionada e inteligente interpretación del juego. En ese árbol recién plantado, el albanés representa el tronco de donde brota poco a poco lo mejor del resto. Sin embargo, la raíz de esta transformación no ha salido a la luz de los titulares, de los momentos cumbre de los partidos, pero se ha sentido latir en el corazón juvenil del Real Zaragoza con la fuerza de la corriente que mueve las ruedas de todo molino. Adrián Liso, a sus 19 años, fue relevado por primera vez esta temporada en la cita ante el Levante. En el minuto 94, Nieto entró en su lugar. El extremo aún no ha visto puerta y ha dado una única asistencia, la de la tercera diana de Francho al Elche. A una distancia prudencial del estereotipo de las estrellas, su brillo sin embargo es cegador para los buscadores de tesoros de este deporte.
Aunque parezca posible, no se entiende el camino hacia Primera sin Liso. El Burgo, Montecarlo, juvenil del Real Zaragoza, filial y primer equipo. En 18 encuentros desde que se estrenó en La Romareda frente al Espanyol de la mano de Víctor, pero sobre todo desde que agarró la titularidad en Miranda para no soltarla ya a partir de El Alcoraz, este portento de la naturaleza asumió el liderazgo que le conceden sus piernas y su inagotable fuente de esfuerzos. Un futbolista moderno de otra época, un zurdo verticalizado que se va a zancada libre de sus marcadores para centrar una vez ganado el espacio, su gran virtud tan mal explotada por un Real Zaragoza que no invade el área con rematadores en cuanto el chico anuncia que va a arrancar su motor para regar de asistencias a sus compañeros. También un castigador inmediato que dispara con violencia antes de que su cerebro se lo haya ordenado. Altruista, generoso, implacable, sencillo, sin grandes arabescos. No aparece en el catálogo de las novedades, pero concentra más que ninguno la esencia del cambio. Con clase, a pico y pala.
Hay que hacer todo lo posible para que no se nos rompa. Es un jugador muy singular y sin recambio.