Lo insalvable del Real Zaragoza

El conjunto aragonés toca a las puertas de una permanencia asequible con cuatro puntos más que no sabe bien cómo los conseguirá. Su futuro, sin embargo, está encadenado y condenado a la repetición de peligros similares si no se produce un cambio de propiedad y de infraestructura humana ajena a los viejos vicios

A cuatro puntos de la salvación sobre una contabilidad más o menos aproximada. El Real Zaragoza necesita esa cantidad en los últimos cuatro partidos para salvarse y la sensación general es que los conseguirá. Pocos, sin embargo, se atreven a adelantar de dónde ni contra quién como consecuencia de la escasa fiabilidad que ofrece el equipo. De inmediato se le presenta una buena oportunidad para hacerlo con dos fechas de anticipación: un empate en Las Palmas (mejor un triunfo) y una victoria frente al Castellón (y no al revés puesto que los valencianos son rivales directos). La conjetura se apoya en la intuición porque los argumentos futbolísticos impiden una teoría sólida. Según parece, los canarios se mostrarán permisivos porque no se juegan nada y los albinegros se verán intimidados por una Romareda que ruge vacía y donde el conjunto de Juan Ignacio Martínez ha logrado sus mejores resultados. Nadie alude al juego del Real Zaragoza como arma principal. No ha ganado en sus últimos cuatro partidos y ha marcado dos goles en este periodo en Lugo, uno de penalti y otro de su portero, Cristian, con el pacto de no agresión ante el Espanyol como jugada maestra para conservar una distancia prudencial con el descenso. De producirse algún marcador imprevisto por negativo, entonces se mira más adelante con idéntica inestabilidad científica: el Mallorca ya habrá subido y el Leganés tendrá resuelto el playoff de ascenso, lo que da por hecho que se emplearán a medio gas con los aragoneses. En tres de esos compromisos se apela a la caridad de los adversarios. La limosna al poder….

Lo más probable es que esos cuatro puntos, caigan del cielo prestado o del infierno ganado, no se someterán a examen alguno de la conciencia. Es tal la necesidad que serán bienvenidos envueltos en papel de regalo o jaspeados de sangre, sudor y lágrimas. Conseguida la salvación del equipo, habrá que acudir sin tregua a una pregunta clásica y poco o nada atendida después de ocho temporadas que serán nueve en Segunda División: ¿Se ha salvado también el club? La respuesta es rotunda, no. El Real Zaragoza está encadenado y condenado a la repetición de peligros similares si no se produce un cambio de infraestructura humana ajena a los viejos vicios y sobre todo de propiedad una vez que la Fundación 2032 ha consumido su tiempo y credibilidad tras hacer de canal salvador en su momento para convertirse en el puente de los suicidas. La mayor parte de la prensa está asumiendo un papel colaboracionista con la actual dirección, distanciándose de la severa crítica que merece la situación por presiones o, peor aún, por autocensura. La medios de comunicación representan un papel fundamental si no capital en un club como el Real Zaragoza, obligado históricamente al mínimo margen de error, a una gestión pulcra, al acierto en sus operaciones como bendita penitencia. Si, como está siendo el caso, uno de los propietarios de la sociedad es el Heraldo y sus tentáculos y la mayoría sigue su interesada línea editorial, los análisis sobre el terrible gobierno deportivo y económico se evitan o se cubren con un tupido velo para impedir la transparencia. Sin periodismo beligerante, de trincheras, y con la afición ausente del estadio por las restricciones sanitarias se favorece un clima de falso zaragocismo, nada que ver con el zaragocismo inherente a la profesionalidad y al sentimiento, a la denuncia que en otros tiempos agitaba los cimientos de los palcos y hacía que los dirigentes fueran temerosos de Dios para atender las peticiones del público y de su brazo armado, la prensa libre aun visceral.

La deuda empaquetada de 70 millones que asumió Agapito Iglesias de Alfonso Soláns y convirtió en 114 el empresario con sus maniobras en la oscuridad, está siendo el escudo para justificar el deterioro irrefrenable del Real Zaragoza. No se cuestiona ese lastre, patrocinado e incentivado por la política, porque es cierto. Ahora bien eternizar los fracasos posteriores en la figura de Agapito resulta una maniobra tan infantil como recubierta de intrigas. La Fundación 2032 ha tenido siete años no solo para reducir la deuda, de la que por cierto ya es uno de los principales acreedores por sus avales, sino para dar forma a algún tipo de proyecto en una u otra dirección. Una legión de entrenadores, jugadores y directores deportivos han desfilado por delante de un consejo de administración con un intencionado aroma a naftalina. ¿Cómo se explica que el director general sea Luis Carlos Cuartero, lugarteniente de Agapito? Podemos profundizar más: ¿por qué esa veneración por Víctor Fernández o Pedro Herrera, dos personajes que tuvieron su época pero que en un club con intención de modernizarse no pueden figurar jamás? Se ha querido exponer la involución como factor de progreso, efecto de una soberbia incultura futbolística y empresarial, incapaz de crear un nuevo producto sobre los cimientos de los logros y su valor patrimonial y no de las personas.

Decía hace un par de días Andoni Cedrún, cuando le recordaron la celebración de la Recopa de la que fue protagonista directo, que a él solo le interesan el presente y el futuro. Se refería a la salvación y a ese porvenir distinto que regenere la economía y las ilusiones. No despreció la gloria de ese pasado, pero lo aparcó por otras prioridades. Sin embargo, y pese a lo razonable de lo expuesto por el exportero, el Real Zaragoza ha llegado a esta triste y peligrosa encrucijada por desligarse por completo de aquellos motores que le condujeron a títulos y prestigio internacional: una propiedad en manos de los socios; una afición dura como el buen padre con el hijo, y un periodismo sin bocas calladas. Una vez que se certifique la permanencia, nada se puede salvar de este Real Zaragoza en clave de presente y sin más pretensión que un futuro alimentado por donaciones públicas. Ya solo hay una salida: que se confirme y se oficialice el interés existente de algún grupo de inversores para tomar el pasado como referencia de un futuro nuevo, limpio de fantasmas y amiguismos y tecnificado a todos los niveles.

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