Los abrazos, esa tecnología futurista

Los entrenadores de fútbol están expuestos a todos los fenómenos meteorológicos, y a lo largo de su carrera siempre hay un mal rayo para partirlos. Nacen, renacen y vuelven a nacer en un útero donde por cada arcoíris relampaguean cientos de tormentas eléctricas. Una de ellas cubrió La Romareda en el partido contra el Tenerife pero se concentró sobre la cabeza de Miguel Ángel Ramírez. No se recordaba algo similar pese a que este deporte sea el tribunal que más rápido dicta las sentencias se sienten en el banquillo mitos y leyendas o recién diplomados. Aguantó el técnico la lapidación y además la explicó desde la comprensión de una atmósfera cargada por el diablo desde hace una docena de años: esto le hubiese sucedido a cualquiera, no se lo tomó como algo personal. Eso sí, envió un mensaje a la prensa llorona y dijo una verdad de santo, que el Real Zaragoza aún no ha llegado a la revolución industrial. Por eso también se le ha castigado sin que el canario haya dejado que las críticas le desvíen de su camino acertado o equivocado, pero suyo y coherente con la realidad del equipo le acompañen o no los resultados, que en no pocas ocasiones juegan sus encuentros al margen de que el trabajo sea bueno, malo o regular.

Como bien sabe MAR, en su profesión el pasado es una escuela, el presente una ocupación y el futuro, una maleta preparada quizás para mañana donde cuesta buscar un compartimento para la familia. En este ahora, Ramírez parece un tipo normal, es decir un extraterrestre. Esas redes sociales que trafican con imágenes de felicidad así te hayas quedado huérfano cinco minutos antes de subir contenido, recogieron el pasado domingo las imágenes de los futbolistas accediendo al vestuario después de imponerse al Málaga. Allí, cerca de la puerta, estaba su entrenador para abrazar, de uno en uno, a los jugadores y personas que acaban de darle una alegría, un sentido a todo en un mundo de geografías sinsentido. Ramírez no desprende el perfume de otros compañeros, a veces aromas de imitación con los que hipnotizan a los ciegos de olfato. Es un entrenador que utiliza una tecnología futurista, la de la proximidad con los suyos, la de compartir las emociones con la sencillez y la sinceridad de un ser humano raso que va sin galones. Con esa estrategia puede que no logre victorias, pero mientras espera a que un rayo le entregue billete hacia otro destino, emociona y se emociona. Sonreír sin máscara aunque sea por un día ya es un triunfo colosal en este Real Zaragoza.

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