El director deportivo y el consejero en la sombra han arrojado al Real Zaragoza y su futuro en el club al vacío, con el técnico y el vestuario cómo única solución para evitar la catástrofe
Juan Carlos Cordero, quien finaliza contrato este año, y Mariano Aguilar, consejero en la sombra y con idéntica o superior ascendencia en las decisiones del equipo que el director deportivo, deberían ser no renovado y fulminado de sus cargos al final de la temporada. Son los grandes arquitectos de un fracaso que la propiedad ha consentido delegando en dos profesionales superficiales, muy por debajo del nivel que necesita esta institución y más con un proyecto de ascenso de por medio. En definitiva son hombres de paja y los auténticos dueños, un holograma de intereses que escapa a la comprensión del aficionado, traicionado un año más con los cantos de sirena del regreso a la élite. De ese triángulo, el imprescindible por cuestiones obvias es el fondo de inversión, que deberá elevar la categoría de sus representantes, de sus exponentes de cara al público, y dotarles de una capacidad de maniobra mayor aunque la de este ejercicio no haya sido ni mucho menos pequeña.
Se están poniendo precios a las cabezas en el mercado de la frustración, del pánico popular ante la proximidad de un descenso a Primera RFEF. También la de Miguel Ángel Ramírez, que entre su desconocimiento del escenario y sus vacilaciones en la búsqueda de soluciones, se ha ganado la antipatía de la gente en un tiempo récord y algo injusto. El técnico está siendo víctima de sí mismo, superado por la plaza y por discursos poco afortunados, pero también de una histeria que se ha ido forjando antes de que llegara a este Real Zaragoza descompensado y descompuesto que maquinaron Cordero, Aguilar y Fernández, la santísima trinidad del mayor de los pecados. La atmósfera solicita guillotina bien afilada lo antes posible para satisfacer la afrenta, el despropósito el desgaste del desprestigio que se produce en cada jornada. ¿Pero es lo más conveniente querer solventar el caos con una sobredosis de caos?
Lo último que necesita el Real Zaragoza es dejarse llevar por una corriente visceral. Falta carácter, personalidad y talento en la plantilla, y el entrenador va dejando señales de su inexperiencia, que no de una lectura más que correcta de la problemática, que no es otra que un puñado de futbolistas que reunidos desempeñan un disciplinado trabajo defensivo y que por libre son el hazmerreír cerca de su área. Los partidos contra Sporting, metido también en líos, y Eldense aprietan el corazón y aumentan el presentimiento del cataclismo. Del resultado de ese par de encuentros en La Romareda va a depender cómo afrontará el conjunto aragonés el resto del curso, sin con aire en los pulmones o cal viva en el cerebro.
La tragedia llama a la puerta pero aún no ha entrado, y dentro de esa casa en ruinas sólo y solos están Ramírez y sus futbolistas. De la gestión psicológica, de un giro hacia la comprensión exacta de la amenaza y de encararla sin temor, dependerá su destino. Destruirlo antes de que llegue lo desintegrará todo. No hay opciones de fichar y buscar otro técnico… Cordero, Aguilar y seguramente Ramírez han consumido su credibilidad. Pero hoy no es día de ejecuciones por muchos verdugos que se presente voluntarios a una propiedad bajo cuya capucha reside el verdadero culpable.
Totalmente de acuerdo. Los jugadores deben echarse toda la responsabilidad a sus espaldas sin arrebatos ni precipitaciones. Los 11 que estén en el terreno de juego son los únicos que pueden enderezar la situación. Y efectivamentexel mando directivo ni sabe ni contesta, pero si cobra.
Lo triste es que si van mal los dos próximos partidos, los funestos Cordero y Aguilar presentarán el cadáver de Ramírez. ¿ Y cuántos cadáveres van?