Las comparecencias de Juan Carlos Carcedo te dejaban como un témpano. Daba igual qué día y en qué circunstancias se pusiera delante del micro. Los automatismos deportivos que veneraba le habían transformado en un autómata de la palabra con un programa muy sencillo de reproducción en bucle de las mismas frases e ideas. Al final, ese no decir nada o casi nada dijo mucho de un profesional que acabó cruzando los cables de su abstracto método hasta electrocutarse por la naturaleza tantas veces espontánea del fútbol. No ganaba partidos y la puerta de salida se abrió con la ligera brisa de los resultados desfavorables.
Fran Escribá ha puesto dos delanteros y ha recuperado para la causa a Zapater y ha tachado de la lista de principales a Manu Molina y Alejandro Francés. En tres encuentros al frente del Real Zaragoza ha sido eliminado de la Copa con una alineación titular por un rival amateur, no ha sido capaz de dotar al grupo de argumentos ofensivos para derrotar al Málaga con uno más durante 75 minutos y, en Burgos, donde es cierto que el Real Zaragoza mostró una versión más beligerante y directa, el equipo se le derrumbó en defensa. Su realidad respecto a la plantilla es que ha recibido la herencia íntegra de Carcedo aunque esté intentando exprimir algunas de sus pequeñas virtudes.
Su discurso, siendo igual de respetuoso y cordial, es diferente al del anterior entrenador. Hay más fluidez, las explicaciones se estiran un par de frases más y no tiene reparo en señalar con nombres propios a quien ha cometido un error. Su hoja de ruta viene marcada por la prudencia y la evolución, y por un cierto optimismo en función de la largura de la competición, que le aleja por completo del dramatismo y le recarga las pilas de la esperanza en una segura mejora colectiva e individual. Con toda su experiencia a cuestas, también es muy consciente de que más de la mitad de ese convencimiento está ligado a lo que Sanllehí sea capaz de ofrecerle en el mercado de invierno. Mientras, calma a las bestias con música.
Hoy, por ejemplo, ha comentado que no ganar al Ibiza, no sería un desastre para él. Claro que lo sería. Supondría sumar una calamidad más a la actual temporada y afectaría a su figura con el equipo corriendo el peligro de anclarse en la zona de descenso en esta nada fácil recta final de la primera vuelta. El Real Zaragoza sólo puede permitirse perder uno de los cuatro encuentros que le restan y sumar siete de esos doce puntos en juego para estar en la media de salvación. Ganar al Ibiza es de obligado cumplimiento con o sin la presión que intenta descargar de los futbolistas. Por mucho que mire más hacia delante que el resto de los sabios mortales que se sientan en la grada, lo que incluye además de fichajes los regresos de Cristian y Azón, este presente pertenece al futuro que contempla. En este club todo el humo está vendido, menos el de los incendios imprevistos. Y el del Ibiza, en el caso de producirse, calcinaría al humano Escribá como antes hizo con el androide Carcedo.