Desconozco la manera de dirigir una SAD con grupos inversores que intentan sanear una entidad futbolística arruinada y con más de una década consecutiva en Segunda División. Es algo que no me interesa, que está por encima de mis conocimientos y posibilidades, pero que debe significar un trabajo intenso y de muy alto nivel económico, jurídico y empresarial. Con una gran cantidad de contactos, capacidad económica y sangre fría a la hora de tomar decisiones, además de los acercamientos políticos necesarios para llevar a cabo esta labor.
Nos han dicho muchas veces que un club de fútbol es la ilusión de sus aficionados, los cánticos en los asientos y la fidelidad a unos colores. No obstante, la atención de un consejo de administración lejano y sin un punto de referencia para sus abonados y seguidores no se ha manifestado de manera cercana y recurrente. La gente es importante por la cantidad de dinero que se recauda en las taquillas y en las tiendas oficiales y por lo que puede albergar un estadio nuevo en espectáculos deportivos y musicales, en la gestión del negocio en su interior, además de la propia obra en una sede reconocida y favorecida urbanísticamente desde la construcción de la Romareda en 1957.
Y queda lo más importante: el equipo de fútbol que tiene la obligación de ascender, su cuerpo técnico y su dirección deportiva. Llevar la admiración de sus futbolistas a la pasión desbordada en las gradas, convertir a jugadores en símbolos, tener más seguridad que fe en el regreso a Primera División, volver a pelear en la arena contra los más grandes, perder el miedo al fracaso otra temporada más. No tratar a las personas como un rebaño del que se consiga lana, leche y carne simplemente aunque pasten a sus anchas con cánticos y caricias de sus paseadores mientras recorren ignorantes, la naturaleza.
Así de claro. Mejor no se puede expresar.