El Real Zaragoza recibe al colista Amorebieta con la obligación de ganar para firmar una tregua con su mala racha o desatar un tsunami que podría sentenciar a Velázquez y dejar al equipo mirando hacia abajo
El proyecto del ascenso a Primera, si es que ha existido en alguna ocasión más allá de la adrenalina generada por las primeras cinco victorias consecutivas y de forzadas declaraciones que han salpicado la temporada a nivel particular más que colectivo, se ha ido esfumando por el peso de los resultados y de una plantilla desajustada. También de las numerosas lesiones, aunque no como argumento principal. El Real Zaragoza se ha quedado para vestir el calendario, cumplir con los partidos que restan y cerrar el ejercicio en la región templada de la clasificación, sobre todo después de los tres últimos partidos, en los que ha sumado dos derrotas (Eibar y Cartagena) y un empate (Villarreal B) acentuando su declive futbolístico, subrayando su raquitismo goleador e irritando al máximo a la afición, que ya no cree en los sacerdotes de la esperanza por mucho que agiten la calculadora para seguir predicando que el cielo es posible. El encuentro de este domingo frente al Amorebieta (18.30), al margen de la condición de colista de un rival que aún no ha ganado un solo partido a domicilio y ostenta el peor bagaje realizador en las salidas, se juega en atmósfera de preguerra, un estado muy incómodo para el conjunto aragonés y para un entrenador que ha entristecido aún más el plan mustio de Escribá. Los tres puntos se contemplan como la firma de una tregua para frenar la mala racha, que no es poca cosa en estos momentos de crispación. Todo lo que no sea un triunfo podría dejar al equipo mirando hacia abajo, con la inquietud que supondría en un grupo vulnerable y sin líderes frente a los siguientes compromisos ante Espanyol y Valladolid, y la sentencia de Velázquez.
La lógica presenta al Real Zaragoza ante una excelente oportunidad de tomarse un calmante. El problema es que ha perdido mucha credibilidad por su formidable falta de recursos ofensivos y por la incidencia de su técnico en conceder el protagonismo al adversario. En La Cerámica, Velázquez renunció por primera vez a los cinco defensas y se disparó en una ocasión a puerta. Parece poco probable que para esta cita recupere a los tres centrales y sí repita con una propuesta con más colmillo, por lo menos en cantidad si se decide por alinear un par de delanteros. En cualquier caso el técnico está apostando ya a la desesperada, sabiendo que cuenta con malas cartas y que el Amorebieta, prácticamente descendido, le va a lanzar un buen número de faroles porque no tiene nada que perder. El encuentro va exigir un elevado control psicológico, mayor cuanto más tiempo pase sin que se marque un tanto porque la grada está de uñas y expresará, si procede, su descontento con un equipo que en ningún momento ha respondido a sus expectativas y mucho menos a su fidelidad de récord. El equipo vasco intentará gestionar esa baza a su favor todo lo que pueda, protegiéndose bajo la premisa de que ocurra lo menos posible y explotar alguna circunstancia favorable. La fórmula para destensar el partido es marcar cuanto antes y llevarlo a un escenario amable. Esa pócima, sin embargo, parece improbable que se elabore a corto plazo. De la paciencia que otorgue La Romareda dependerá mucho el desarrollo del choque y que el Amorebieta no se sienta como en casa. Porque la concesión de puntos haría estallar una guerra de consecuencias imprevisibles. Lejos aún de la zona minada de la tabla pero escuchando de cerca las detonaciones durante lo que queda de competición. El partido apunta a ser un cruce constante de emociones. Contra el último.
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— Real Zaragoza (@RealZaragoza) March 3, 2024