La opinión popular, muy volcada en redes sociales, considera muchas veces por exaltación que existen estas dos tendencias en una profesión cuyo único encargo es retratar la realidad
La prensa no está muy bien vista en general, y en parcelas tan apasionadas y subjetivas como el fútbol los periodistas dirimen una batalla constante frente, que no contra, la opinión popular incluso de los propios clubes sobre los que informan. En estos tiempos frenéticos, de noticias y reflexiones que se generan a la velocidad de las nuevas plataformas y al deseo del consumidor a la carta, y también en otras épocas más pausadas, se intenta diferenciar entre el profesional que mira por el bien del equipo y el que no lo hace. No es este un artículo una lección de nada, solamente una aproximación por experiencia y años de dedicación a la realidad de una labor que conecta a los aficionados con el día a día de su equipo. Por proximidad, la creencia sobre la existencia de cronistas zaragocistas y antizaragocistas es una leyenda con fuertes raíces regadas por la exaltación y un tronco bastante frágil, aunque en alguna ocasión sí es cierto que brota alguna rama aislada. Nadie es perfecto, y menos en un universo tan mudable.
Lo que busca el comunicador no es simpatizar más o menos con el receptor, sino trasladar con coherencia y datos la actualidad por excelente o cruda que resulte. Ciertos seguidores, o satélites en una órbita a la que en realidad pertenecen por el simple placer de inhalar odio, insisten en establecer esa frontera, en sembrar de minas un territorio ficticio. Otros, con buena intención pero una interpretación sentimental que no debe contaminar el código deontológico del mensajero, promueven un tratado de paz para, en teoría, no perjudicar a la institución. La atmósfera de esa relación, históricamente, arde con un fuego erróneo.
En cualquier caso esa dualidad existiría en una interpretación inversa. El crítico zaragocista sería quien, por muy cercano que se sienta por diferentes vínculos al club, reconoce que su tarea está muy por encima de sus emociones o deudas. El antizaragocista se aproximaría al optimista por imposición o por creencia así un pirómano íntimo o amigo haya provocado una devastación. El Real Zaragoza lleva décadas siendo ultrajado, raptado y atracado por todo tipo de maleantes locales y extranjeros. Directivos, jugadores, entrenadores y otras figuras de paso han sido sobredimensionados para quedar al descubierto por la erosión del tiempo, de sus intereses personales y de su auténtica y mínima dimensión. 13 años consecutivos en Segunda y un panorama desolador por delante no se maquillan con un estadio nuevo por muy deslumbrante y necesario que sea, un edificio que será sufragado en gran medida por los aragoneses a favor de su bienestar y, no lo olvidemos, de un grupo empresarial privado.
¿Zaragocista es el que calla o el que hace ruido? La prensa está simplemente para denunciar, para contar, para retratar la felicidad. Es, o debería ser, un observador sin dueño, ajeno a la tentación de formar ningún tipo de alianza. Si acaso con la honestidad como escudo que besar. El sector más despiadado que proclama esa división, por lo general anónimo y cobarde, suele volcar su antipatía y su vómito en los nichos digitales. Es un ejercicio inútil por su parte pese a que el zumbido resulte molesto. La fuerza y la credibilidad la tiene el periodista, que ha de respetar siempre que el zaragocismo pertenece a la afición de pura cepa y a personajes que le han entregado su vida como Manolo Villanova, Luis Costa, Alberto Belsué, Pedro Suñén… Y a cientos que, como ellos, ocupan la portada del corazón del Real Zaragoza con discreción y respeto.
En comunicación no hay nada más desagradable que un pelotas a ciegas de la causa o un anticausa por exclusión, odios personales, o por definición extrema. Un periodista ha de ser un narrador de lo que sucede, y su opinión un ejercicio crítico desde el análisis y la reflexión con o sin propuestas de solución. Las soluciones, en este caso, corresponden al Club.