Pinocho en su paraíso

La mentira se ha hecho fuerte en un Real Zaragoza donde cohabitan personajes ajenos al zaragocismo y sin interés alguno en su crecimiento deportivo ni estructural

Pinocho ha entrado en el organigrama del Real Zaragoza con las funciones de un ejecutivo de alto rango. Nunca en la historia del Real Zaragoza han cohabitado tantos personajes instalados en la mentira oficial como desde que la actual propiedad entró en la ciudad y en el club en el corcel de crines compartidas que cabalgan Juan Forcén y Jorge Azcón y al que se ha subido con grácil complicidad la amazona Natalia Chueca. Tres años después de recibir a Jorge Mas y su séquito y mientras se ha ido descubriendo que esa comitiva está compuesta en su mayor parte por funcionarios del Atlético de Madrid, la nueva Romareda y su hermana pequeña del Párking Norte han desplazado en interés a un equipo casi jaleado por su propia afición por no descender a 1ª RFEF. Y el rapto de la realidad y de la verdad no se detiene por parte de una multipropiedad, que ha encontrado la bendición de las instituciones para robustecer su empresa inmobiliaria y ha conseguido anestesiar a una hinchada aburrida pero feliz por tener en la salita de casa un destartalado asiento del viejo estadio. Este es el Real Zaragoza que nos ha quedado para al futuro, gobernado por fenicios desde despachos blindados a la trasparencia y ubicados a cientos o miles de kilómetros de la capital aragonesa, a millones de años luz del menor sentimiento zaragocista. Amado por una afición buena como el pan pero que incapaz de transmitir con crudeza su desencanto, seguramente porque en el cambio generacional ha perdido la espada crítica de sus antecesores.

A poco más de un mes de que comience la pretemporada, no hay director deportivo con Txema Indias en la puerta de entrada ni entrenador, quien por cierto ha participado en la elección del primero desde su privilegiada posición de asesor de sí mismo –quién se lo iba a decir hace poco más de dos meses cuando estaba sentado en el banquillo del Getafe B–. Ni acuerdo con Kervin Arriaga pese a que parecía cerrado a cal y canto con el Partizan y el centrocampista. Sólo un director general con cometidos de recadero que ayer le creció la nariz a cada respuesta de preguntas que en pocas ocasiones le incomodaron. Porque gran parte de la prensa también ha jugado y juega un papel de conchabanza, molestando lo justo, alineándose sin rubor con la despampanante inversión económica que han hecho sus majestades de mantón colchonero. Pagaron las acciones a sus antiguos dueños, liquidaron la deuda de Hacienda, dos obligaciones sin negociación posible para adquirir el Real Zaragoza y situarse sin rivales en la puja por el estadio mundialista, y han realizado cuatro ampliaciones de capital, movimientos que ya se sabe que no requieren aportes económicos adicionales por parte de los accionistas. Las cuentas se cuadran con un inmovilizado intangible de 46 millones, el valor que se le concede al equipo en el fútbol profesional desde la era Agapito Iglesias y que hubiera supuesto la tumba en caso de descenso. Pero qué buenos son los hermanos salesianos que nos llevan de excursión.

No se paga el primer plazo de la nueva Romareda, 6,8 millones; la Ciudad Deportiva sigue hecha una cloaca; la Academia contempla cómo se le fugan todo tipo de alumnos por las condiciones leoninas para que renueven y por la mínima proyección que tienen los chicos en el primer equipo salvo en épocas de vacas flacas; los servicios médicos provocan pánico en los jugadores, que ya han hecho saber en múltiples ocasiones su malestar sin ser atendidos; Mariano Aguilar fue incrustado, junto a Emilio Cruz, en las operaciones deportivas con y sin Cordero hasta que Gil Marín ha decidido que Carlos Bucero, su brazo armado, coja las riendas de un desmadre que perdura, y Jorge Mas asoma su figura caribeña por Zaragoza cuando le cuadran las fechas con el Inter de Miami. Fernando López, que contrarrestó su tímida, forzada e impuesta flagelación con las bondades de sus jefes en las finanzas, insistió en que se necesita una estructura para activar el futuro, un futuro que se ha convertido en un acto de fe, una estructura deportiva con tal grosor de óxido y desapego que resulta imposible confiar en su palabra de antítesis de señor Lobo (en lugar de solucionar problemas, los acentúa). Las decisiones se toman en la calle Eduardo Ibarra. Como la suya de ser trasladado de la franquicia atlética en Ottawa a un Real Zaragoza cada día más despersonalizado, deshumanizado.

El cuento de las caretas está próximo a editar nuevas ediciones. En horas vendrá un director deportivo (a Míchel Sanz, del Tarazona, le tantearon previa visita a la nave nodriza en Madrid), se confirmará a Gabi Fernández como técnico por haber sido tan valiente de dar el salto de 2ª RFEF a Segunda y a un club monumental pese a todo, y el vestuario empezará a agitarse con entradas, salidas y alguna continuidad que provocará dentera. Subir a Primera ha dejado de contemplarse como un asunto prioritario, pero alguna voz se escuchará para elevar el ánimo de la reducida tropa en la mini Romareda, que se ha quedado sin cubierta porque no había más dinero en la hucha. La situación del Real Zaragoza concentra una enorme falta de credibilidad porque se ha convertido, una vez más, en un objeto político. Ahora mismo es un campo en construcción y todo lo que orbita alrededor del equipo es prescindible incluidas las personas que deberían representarlo. Pinocho en su paraíso.