Las sensaciones fueron el alimento de este Real Zaragoza hasta antes de que se presentaron el Leganés primero y después el Almería y el Tenerife, un plato que lo sirve el diablo si no viene acompañado de la guarnición imprescindible de las victorias y los goles. El triunfo sobre el Eibar intercalado entre esos tres golpes de realidad conservó el optimismo que se había disparado tras una tacada de empates muy cortos, muchos de ellos logrados, como es costumbre, empezando por detrás en el marcador. El equipo era invencible y emitía señales de cierta capacidad competitiva para maquillar sus tremendas dificultades para ver puerta y para ganar. En Anduva se bifurcaron por completo la ilusión y el ilusionismo, confirmándose el segundo como único complemento vitamínico para creer que el conjunto aragonés iba a ser capaz de estar alguna vez entre los seis primeros, entre los más fuertes. Del playoff al play plof. En un partido que redujo a escombros lo que se construyó sobre una ruina en verano, cuando la propiedad simuló una compraventa para disimular su mísera capacidad y su rico desinterés para dar forma a un proyecto con cierta ambición. Aquellos polvos han traído estos lodos. El Real Zaragoza, después de tres jornadas en las que no ha sumado punto alguno, ha encajado siete goles y no ha metido ninguno vuelve a la casilla del principio: está para salvar una vez más la categoría y gracias.
A duras penas había logrado reunir 26 puntos con 17 tantos en la primera vuelta, una media suficiente para conseguir la permanencia. Pero el discurso general, por enésima ocasión, se sostuvo sobre esa verdad envenenada si se utiliza como solitario argumento de que la historia, la ciudad y los títulos obligan. El fútbol sea posiblemente el único verbo sólo se conjuga sólo en presente. La mayor parte del vestuario y el entrenador han vendido en diferentes actos publicitarios la pomada de Miguel Torrecilla, quien frente a su escaso margen de maniobra y de recursos profesionales anunció que había material para competir por el ascenso. JIM le siguió el juego y luego el Real Zaragoza se puso a disparar sobre las porterías para dar en la diana de las sensaciones, lejos por lo general de embocar en las redes su considerable producción ofensiva. En cuanto se certificó que los errores en ataque no eran una cuestión de un maleficio sino de malos pistoleros, empezaron los problemas en forma de igualadas, de triunfos escasos y de derrotas demoledoras como la cosechada frente al Mirandés. Ni una sola ocasión con once y con diez de un conjunto desmembrado desde una formación ininteligible y con unos arreglos incomprensibles de Juan Ignacio Martínez tras la expulsión de Vada.
El técnico se protegió con tres centrales y un cuarto de lateral, Clemente en su debut en Liga, ante un rival mermado hasta el tuétano por el covid. Cuando más ambiciosa tenía que ser la propuesta para recuperar el camino desandado en la recta final del 2021, el entrenador da la campanada en el 2022 con una alineación que buscaba dotar de mayor seguridad al grupo. Cinco defensas con poco ensayo –la primera vez en la era JIM– para medirse a un Mirandés juvenil… Un error de Eguaras por querer adornarse con una pincelada artística en zona minada, la ya acostumbrada laxitud atrás y la chavalería de Lalo Escobar que se pone por delante con una diana de Marqués, titular por accidente en este encuentro. La bofetada trajo consigo una rebaja general de prestaciones y protagonismos, con futbolistas incómodos hasta para llevar la camiseta. Entre ellos un Vada al que se le caen los anillos sin haber demostrado nada de nada. Al argentino se le cruzaron todos los cables en una pelea limpia y pateó a modo barriobajero una pierna que pasaba por allí. La roja que vio debería acarrear una sanción interna de su club por malos modales y por dejar a sus compañeros en inferioridad por un estúpido subidón de adrenalina.
La expulsión condicionó el choque. O no, porque el Real Zaragoza y su entrenador entraron en una espiral de pésimas decisiones. JIM mantuvo el quinteto defensivo mucho más allá del descanso con Gámez de satélite perdido entre el lateral y el mediocampo, con una medular descompensada donde Eguaras siguió con su lienzo de pérdidas y Francho dibujando constantes garabatos fuera de sitio. ¿Narváez y Álvaro Giménez? Siguen en busca y captura. Dio la impresión de que el conjunto aragonés jugaba con dos o tres menos, con los brazos caídos, ausente de las mil voces zaragocistas que le reclamaban algo de orgullo desde las gradas de Anduva. Hasta que un fallo de Lluis López y otra zambullido de relajación colectiva en el jacuzzi defensivo permitió a Marqués firmar su doblete. Las sensaciones son ahora ciertas: el Real Zaragoza, que no se reforzará en enero, pierde de vista el espejismo del playoff y tendrá que esmerarse mucho para no perder también la categoría. ¿Que hay equipo peores? Eso sí tendrá que demostrarlo. Lo que no es necesario confirmar es la bajeza de su directiva, siempre dispuesta a amargarte la temporada con la pomada de la reventa y esa guerra de guerrillas por deshacerse de la institución e inventar compradores.
Hoy el rival de turno ha sido el Mirandés. Equipo que no sabe lo que es jugar más allá de la segunda división. Una vez más hemo tenido que soportar la humillación indecente y criminal de este equipo dirigido en su conjunto por miserables. La culpa de lo que está pasando no es de otros que de sus «amos», que es como les gusta que les llamen. Cuando los que dirigen lo del césped nos dijeron aquello de la pomada ya barruntamos que nos pretendían vender castillos en el aire. Mientras sigamos con estos amos estaremos al menos diez años más en la pomada. Antes de que eso ocurra vería mejor la desaparición del equipo, que sería doloroso pero más digno que soportar la humillación y la deshonra.